La ciudad de Cajamarca

La conquista y el virreinato en Cajamarca

El 16 de noviembre de 1532, Cajamarca fue escenario de uno de los episodios más importantes de la historia peruana y americana: la captura del Inca Atahualpa y el final del imperio del Tahuantinsuyo.

Al producirse la conquista española, las 7 guarangas de Cajamarca; es decir, los cuerpos políticos forjados y consolidados a lo largo del tiempo en la región, fueron otorgadas como encomiendas al conquistador Melchor Verdugo, quien comenzó a explotar las minas de Chilete.

Cajamarca fue el primer establecimiento andino que, en términos occidentales de la época, correspondió al concepto de ciudad; sin embargo, tras la conquista, cuando la visitó Pedro Cieza de León en 1545, se encontraba arrasada y abandonada y solo unos pocos españoles se establecieron en ella, pese a que, según el cronista, la provincia era "fertilísima".

En 1549 llegaron los franciscanos, quienes bautizaron el pueblo con el nombre de San Antonio de Cajamarca. En 1564 se creó el corregimiento que comprendía las provincias de Huambos, Cajamarca y Huamachuco. Hacia 1574 se fundó el primer obraje, propiedad de doña Jordana Mejía, viuda de Melchor Verdugo.

Al iniciarse el siglo XVII, comienza una etapa de crecimiento económico y demográfico, debido al desarrollo agrícola y ganadero, especialmente en la cría de ovejas, que abastecieron la lana de los obrajes, cuya producción fue la más significativa. Desde ese momento, como en la época de los incas, la región se convirtió en el núcleo textil más importante del virreinato.

A mediados del mismo siglo, se consolida la propiedad rural, proliferan las estancias y surge el latifundismo, tanto por el sistema de la compra-venta como por el sistema del despojo de las tierras de las comunidades indígenas. Poco después comienza la edificación de las iglesias y las casonas de los grandes hacendados.

En 1772 se descubrieron las minas de plata de Hualgayoc, que impulsaron la transformación en la economía regional al supeditar la producción agraria y la obrajera a la explotación de las minas. Esto ocasionó que los agricultores cajamarquinos, deslumbrados con la posibilidad de enriquecerse, abandonen sus estancias y que los hacendados hagan lo propio con sus obrajes, haciendas y ganados para volcarse a Hualgayoc convirtiéndola —pese a su clima y duras condiciones de vida— en un área desordenada y con una desenfrenada concentración humana. El auge de Hualgayoc duró hasta fines del siglo XVIII, cuando comenzaron a agotarse las vetas.

En 1782 la provincia tenía una población de 7835 españoles, 22299 mestizos y 29692 indígenas.

En 1802, la villa fue elevada al rango de ciudad, dotándola de escudo nobiliario, hecho que no tuvo efecto alguno en su franca decadencia.