Pediatras del INSN inspiran con su entrega y humanidad

Nota de prensa
En el Día de la Pediatría, el INSN rinde homenaje a sus médicos que dedican su vida a cuidar la salud y el futuro de los niños y adolescentes del país.
Pediatras del INSN inspiran con su entrega y humanidad
Pediatras del INSN inspiran con su entrega y humanidad
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Pediatras del INSN inspiran con su entrega y humanidad
Pediatras del INSN inspiran con su entrega y humanidad

Fotos: Instituto Nacional de Salud del Niño

Instituto Nacional de Salud del Niño

11 de noviembre de 2025 - 7:30 a. m.

Breña, 11/11/25.- Cada 12 de noviembre se celebra el Día de la Pediatría Peruana, fecha instaurada en 1951 por el doctor Julio Muñoz, entonces presidente de la Sociedad Peruana de Pediatría, en honor al doctor Enrique García Pitot, considerado el ‘Padre de la Pediatría Peruana’.

En el Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN), esta fecha se vive con especial orgullo, pues su historia está marcada por profesionales que han hecho de la pediatría un acto de humanidad. Entre los más de 100 pediatras del centro pediátrico destacan la doctora María Elena Revilla Velásquez y el doctor Alejandro Pastor Barraquino, quienes con décadas de vocación, docencia y servicio reflejan la esencia de esta noble especialidad: curar con ciencia, enseñar con ejemplo y servir con el corazón.

Una vida dedicada a curar y enseñar con humildad

Hoy, al celebrar el Día de la Pediatría Peruana, la historia de la doctora María Elena Revilla Velásquez es también un homenaje a todos los profesionales que hacen de la medicina un acto de humanidad. Ella continúa su labor en el Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN), enseñando, curando y recordando que detrás de cada diagnóstico hay una vida que busca esperanza.

En el rostro sereno de la doctora María Elena Revilla, médico asistente del Servicio de Medicina “D” del INSN, se refleja la sabiduría de quien ha dedicado gran parte de su vida a atender a los más pequeños; además de enseñar a los más jóvenes. A sus 70 años, sigue caminando con paso firme por los pasillos del centro pediátrico, el mismo lugar donde hizo su internado, su residencia y donde decidió permanecer hasta la actualidad. “Entré al INSN y no me fui más”, dice con una sonrisa que resume años de vocación.

Su amor por la Medicina nació desde la infancia. “Jugaba a ser médico. Perseguía a mis amigas con el tallo de plantas para inyectarles”, recuerda entre risas. Con los años, aquel juego se transformó en vocación, y la pediatría se convirtió en su camino. “Siempre me han gustado los niños”, comenta.

Fue estudiante de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), donde también obtuvo el grado de magíster y doctor en Medicina; es docente, doctora, madre y ejemplo de constancia. La Dra. Revilla se define con tres palabras: persistente, curiosa y sencilla. Y así ha vivido su profesión, convencida de que la Medicina no se ejerce solo con conocimiento, sino también con humanidad.

“Siempre pienso, ¿qué haría si este niño fuera mi hijo?”, confiesa. Esa pregunta la acompaña cada vez que atiende a un paciente, sin importar la hora ni la carga laboral. En ese sentido, la profesional de la salud no duda en quedarse más horas, agilizar procedimientos o empujar camillas si es necesario.

El INSN para la doctora Revilla ha sido como su casa y escuela. Desde 1984 ha ocupado distintos cargos: médica asistente en Medicina “D”, jefatura de consultorios externos, así como jefatura del Departamento de Medicina y directora de la Oficina Ejecutiva de Apoyo a la Investigación y Docencia Especializada (OEAIDE).

Los tres últimos puestos mencionados le permitieron valorar la importancia del personal administrativo para el funcionamiento de una institución que comprende infraestructura, equipamiento y recurso humano. “Definitivamente una entidad es grande y crece gracias al empuje del equipo humano que labora enfrentando grandes desafíos cada día”. Luego en 2020, dejó el trabajo privado, dedicándose de manera exclusiva al instituto, reafirmando su compromiso con los pacientes más vulnerables.

Su otra gran pasión de la médico pediatra es la docencia. Enseña esta especialidad en la Facultad de Medicina de su alma mater, y lo hace desde la práctica diaria, en las visitas médicas, junto a internos y residentes. “La Medicina se aprende con los pacientes. Hay que enseñar con el ejemplo. Si nosotros no mostramos interés por el enfermo, ¿qué interés tendrán ellos?”, reflexiona. Insiste en que el conocimiento debe ser compartido sin soberbia. “Cada paciente es distinto, por eso hay que leer, estudiar, actualizarse siempre y no ser soberbios al enseñar”, enfatizó.

Entre las muchas historias que guarda su memoria, hay una que recuerda como un caso en extremo interesante. En 2013, atendió a un adolescente de 13 años que vomitaba absolutamente todo lo que ingería, incluso el agua. Fue un caso desconcertante que puso a prueba su curiosidad científica. Tras descartar infecciones, tumores y malformaciones, y luego de dos laparoscopías, la doctora Revilla recordó las palabras de sus maestros, la Dra. Armida Quiñones: “Podemos no conocer todo, pero no podemos persistir en la ignorancia”, y el Dr. Máximo León: “No hay caso clínico que no esté escrito o estudiado”.

Las frases generaron que ella acudiera a una importante enciclopedia de la anatomía humana y encontró la respuesta: Síndrome de pinzamiento aórtico - mesentérico, una patología poco frecuente que se caracteriza por la comprensión vascular de la tercera porción duodenal entre la aorta y la salida de la arteria mesentérica superior. El problema se generó debido al estirón puberal del paciente.

El adolescente fue operado, y en la actualidad lleva una vida normal y ejerce la Medicina. “Mes y medio luchamos para encontrar la causa. Ese caso me reafirmó que un médico nunca debe perder la curiosidad científica”, dijo con brillo en los ojos.

La Dra. María Elena como madre de familia se siente orgullosa de sus hijos, Germán y Javier, quienes ejercen la traumatología y la genética molecular en humanos, y reconoce que su vocación los marcó también. Con nostalgia expresó que, cuando eran pequeños, ella no pudo participar de las ceremonias del colegio.

“Ser pediatra en el INSN, donde la mayoría de pacientes son de escasos recursos, permite que los médicos tengamos la oportunidad de ayudar. Debemos tener vocación de servicio, y por ello lo importante es darles una atención de calidad”, finalizó.

Décadas de vocación, entrega y amor por los niños

En los pasillos del INSN, el doctor Alejandro Pastor Barraquino camina con la serenidad de quien ha hecho de la pediatría su propósito de vida. Desde marzo de 1988, el médico limeño ha dedicado más de tres décadas a cuidar y salvar la vida de cientos de pequeños pacientes. Hoy, a sus 68 años, sigue ejerciendo su labor con la misma energía de aquel joven estudiante de la Facultad de Medicina San Fernando de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), donde inició su historia con la bata blanca, promoción 1976.

Su camino hacia la Medicina comenzó entre la curiosidad y el juego. “De niño quería ser bombero o basurero porque encontraba muchas cosas”, recuerda entre risas. Pero su destino cambió en el colegio ‘El Nazareno’ de Breña, cuando junto a tres amigos de nivel secundaria comenzó a visitar nosocomios como el Hospital Nacional Dos de Mayo. “Usábamos guardapolvos blancos en el colegio y, como éramos altos, pensaban que éramos internos. Nos paseábamos por las salas de operaciones”, cuenta. De aquel grupo, solo dos lograron convertirse en médicos, y él fue uno de ellos.

Su primera meta no se cumplió al primer intento. Postuló a la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH), pero no ingresó. “Me frustré, me encerré en mi dormitorio durante seis meses y estudié sin parar para la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ingresé y ese fue un gran logro”, relata. De ahí en adelante, la disciplina y la pasión marcaron su trayectoria.


Tras obtener su bachillerato, realizó su SERUMS en la ciudad de San Pedro de Corongo (Áncash), donde su vida dio un giro definitivo. “Ahí nació mi vocación por la pediatría. Fue por un hecho triste: un niño falleció intoxicado por insecticida. Sus padres lo usaron para matar piojos, sin imaginar el daño que le causaron. Hicimos todo, pero no sobrevivió. Esa experiencia me marcó y me hizo decidir que quería dedicarme a curar a los niños”, dijo con un tono de nostalgia.

Regresó a Lima decidido a convertirse en pediatra. Ingresó al residentado médico en el INSN y culminó sus tres años de formación justo en tiempos difíciles: la epidemia del cólera. “No había plazas de nombramiento, pero el instituto contrató un grupo para atender la emergencia. Los niños se deshidrataban en minutos, había muchos fallecidos, pero aprendimos muchísimo”, recuerda.

Desde noviembre de 1991, el doctor Pastor es médico asistente del Servicio de Medicina “A”, considerado uno de los más exigentes del instituto. “Aquí tratamos todo tipo de enfermedades, desde lactantes hasta adolescentes. Somos un grupo muy unido, de más de 10 médicos en la actualidad. Siempre nos apoyamos y aprendemos juntos”, destaca con orgullo.

Su filosofía como pediatra se basa en la empatía y la paciencia. “El niño no es un adulto pequeño. Tiene sus propias características. Antes de examinarlo, intento hacerme su amigo. Así se gana su confianza”, explica. Esa conexión humana es la que lo ha acompañado durante toda su carrera.

Entre sus recuerdos más vivos está una anécdota durante su residentado: “Una noche llegó un recién nacido con el pulmón lleno de aire. Decidimos colocar un tubo de drenaje. Al día siguiente querían sancionarnos por hacerlo, pero la jefa de neonatología dijo que el procedimiento estaba perfecto. Fue un caso de emergencia, y salvamos al bebé”. Ese episodio resume su esencia: actuar con responsabilidad, conocimiento y valentía.

El doctor Alejandro Pastor proviene de una familia donde la vocación médica parece heredarse con naturalidad. Su tío, el doctor Alejandro Barraquino, dedicó gran parte de su vida al Servicio de Emergencia del INSN, mientras que su hermana, Alma Rosa Pastor, siguió el mismo camino y se especializó en Pediatría en el instituto.

Esa tradición familiar continúa en la nueva generación. Una de sus hijas, Jennifer Paola, eligió la Dermatología como especialidad, inspirada —quizás sin saberlo— por el ejemplo de entrega que siempre vio en casa.

El doctor Pastor también habla con orgullo de sus otros hijos: Alejandro, Valeria, Gonzalo, Joaquín y Felipe. Todos han sido testigos del compromiso inquebrantable de su padre con la Medicina. “Nunca he rechazado un trabajo, incluso viajando a provincias. Esta profesión es parte de mi vida”, confiesa.

Fuera del hospital, su gran pasión es el fútbol. “Soy aliancista de corazón”, dice con orgullo. Fue seleccionado en el colegio y jugó campeonatos incluso durante su servicio rural. Esa vitalidad, dice, le ayuda a mantener el equilibrio entre la Medicina y la vida.

Hoy, tras casi cuatro décadas de servicio, el doctor Pastor mantiene intacta la vocación que lo trajo hasta aquí. “He cumplido la mayoría de mis sueños. Trabajo en la institución que me formó, la base de la pediatría en el Perú”, afirma con satisfacción.

Para finalizar, el pediatra envió un mensaje a la nueva generación de pediatras: “A los jóvenes les diría que la Medicina se aprende con el ejemplo. Hay que prepararse siempre, todo por el bienestar de los niños. Ellos son nuestra razón de ser”, concluyó.

OFICINA DE COMUNICACIONES