Violencia de género y desigualdad estructural dejan huella profunda en la salud mental de las jóvenes peruanas
Nota de prensaEstudio Niños del Milenio alerta que la violencia afecta de forma continua a niñas y adolescentes. Vanessa Rojas propone un plan de 4 ejes y acción conjunta entre Estado y comunidad.
9 de junio de 2025 - 6:07 p. m.
En el marco de las Jornadas Científicas Institucionales 2025 del Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado – Hideyo Noguchi”, la antropóloga y doctora en Sociología Vanessa Rojas Arangoitia presentó los principales hallazgos del estudio longitudinal Niños del Milenio (2002–2024), advirtiendo que la violencia que enfrentan niñas, adolescentes y comunidades indígenas “no es un evento aislado, sino una trayectoria de vida que compromete su salud mental desde etapas tempranas”.
Según Rojas, la pandemia de la COVID-19 visibilizó un problema que venía gestándose mucho antes: “Tres de cada diez mujeres jóvenes siguen reportando síntomas severos de ansiedad y depresión. Las cicatrices vienen de antes del virus; están ligadas a una historia de exclusión, violencia y silencio”.
La especialista recalcó que la salud mental no puede entenderse de manera aislada, sino como el resultado de múltiples determinantes sociales y estructurales: pobreza, género, territorio y acceso desigual a servicios básicos. “No es solo un tema clínico individual. Es una expresión de desigualdades acumuladas”, puntualizó.
El estudio, impulsado por la Universidad de Oxford e implementado en Perú por GRADE y el Instituto de Investigación Nutricional, combina encuestas cuantitativas y entrevistas en profundidad para analizar las trayectorias de bienestar, educación y salud de una cohorte de niños, niñas y adolescentes a lo largo de más de dos décadas.
Entre 2020 y 2023, el 48 % de las mujeres jóvenes encuestadas reportó síntomas de ansiedad, y el 36 % manifestó cuadros de depresión. Para Rojas, estos datos deben ser interpretados con una mirada amplia: “No basta con mirar la foto; hay que seguir la película completa. Esa película incluye violencia doméstica, bullying escolar y estigmas culturales heredados”.
Durante su presentación, la antropóloga relató el caso de “Daniela”, una joven quechuahablante del sur andino. Víctima de maltrato en la infancia, sobrecarga doméstica y aislamiento digital durante la educación virtual, Daniela experimentó crisis de pánico en la universidad, replicando patrones de vulnerabilidad aprendidos desde niña.
Para Rojas, el reto es claro: “La investigación debe alimentar políticas públicas que reconozcan las experiencias vividas, identifiquen espacios de riesgo y promuevan una respuesta integral”. En ese sentido, propuso una hoja de ruta basada en cuatro ejes prioritarios:
Según Rojas, la pandemia de la COVID-19 visibilizó un problema que venía gestándose mucho antes: “Tres de cada diez mujeres jóvenes siguen reportando síntomas severos de ansiedad y depresión. Las cicatrices vienen de antes del virus; están ligadas a una historia de exclusión, violencia y silencio”.
La especialista recalcó que la salud mental no puede entenderse de manera aislada, sino como el resultado de múltiples determinantes sociales y estructurales: pobreza, género, territorio y acceso desigual a servicios básicos. “No es solo un tema clínico individual. Es una expresión de desigualdades acumuladas”, puntualizó.
El estudio, impulsado por la Universidad de Oxford e implementado en Perú por GRADE y el Instituto de Investigación Nutricional, combina encuestas cuantitativas y entrevistas en profundidad para analizar las trayectorias de bienestar, educación y salud de una cohorte de niños, niñas y adolescentes a lo largo de más de dos décadas.
Entre 2020 y 2023, el 48 % de las mujeres jóvenes encuestadas reportó síntomas de ansiedad, y el 36 % manifestó cuadros de depresión. Para Rojas, estos datos deben ser interpretados con una mirada amplia: “No basta con mirar la foto; hay que seguir la película completa. Esa película incluye violencia doméstica, bullying escolar y estigmas culturales heredados”.
Durante su presentación, la antropóloga relató el caso de “Daniela”, una joven quechuahablante del sur andino. Víctima de maltrato en la infancia, sobrecarga doméstica y aislamiento digital durante la educación virtual, Daniela experimentó crisis de pánico en la universidad, replicando patrones de vulnerabilidad aprendidos desde niña.
Para Rojas, el reto es claro: “La investigación debe alimentar políticas públicas que reconozcan las experiencias vividas, identifiquen espacios de riesgo y promuevan una respuesta integral”. En ese sentido, propuso una hoja de ruta basada en cuatro ejes prioritarios:
- Educación: Integrar la salud mental y la prevención de la violencia en el currículo escolar, adaptando materiales a las lenguas y contextos locales.
- Comunidad: Fortalecer redes de apoyo vecinales y asociaciones de usuarios como primera línea de contención y exigencia de derechos.
- Atención integral: Conectar los centros de salud mental comunitarios con la atención primaria a través de equipos itinerantes que lleguen a zonas rurales y amazónicas.
- Grupos vulnerables: Desarrollar estrategias específicas para infancia, adolescencia e indígenas, articulando esfuerzos entre ministerios y gobiernos locales.
“La normalización de la violencia —advirtió— debe ser reemplazada por una cultura de cuidado, dignidad y reconocimiento. Solo un enfoque intersectorial con enfoque comunitario e intercultural podrá romper la trayectoria de sufrimiento que amenaza el futuro emocional de nuestras jóvenes”.