Palabras del canciller Schialer en la inauguración del año lectivo 2025 de la Academia Diplomática del Perú
Discurso“Desafíos para la política exterior peruana en un mundo de cambios”.

25 de mayo de 2025 - 12:04 p. m.
Señora directora de la Academia Diplomática del Perú Javier Pérez de Cuéllar, doña Silvia Alfaro Espinosa,
Señor jefe de Misión, embajador de la República de Chile, excelentísimo señor Oscar Fuentes Lira,
Señor viceministro de Relaciones Exteriores, embajador Félix Denegri,
Señores exministros de Relaciones Exteriores,
Señor secretario general de la Comunidad Andina,
Señores directores generales del Ministerio de Relaciones Exteriores aquí presentes,
Señores ex secretarios generales de la Cancillería peruana,
Señoras y señores profesores de nuestra Academia Diplomática Javier Pérez de Cuéllar,
Apreciados alumnas y alumnos,
Es para mí un alto honor dirigirme a ustedes en esta ceremonia de inauguración del año lectivo 2025 de la Academia Diplomática del Perú. Se trata de una ocasión especial y profundamente significativa, en la que tengo la inmensa satisfacción de dar la bienvenida a una nueva promoción de aspirantes a la carrera diplomática, quienes han iniciado su proceso de formación con miras a incorporarse al Servicio Exterior de la República. Su presencia aquí es testimonio de mérito, sin duda alguna, esfuerzo y vocación de servicio, pues han logrado superar con éxito lo que consideramos es uno de los concursos más rigurosos y exigentes del país, que no solo demanda preparación académica, sino también temple, convicción y una idea clara del papel que se desea desempeñar al servicio de nuestra Nación.
Es por tal motivo que quisiera iniciar estas palabras con una sincera y cálida felicitación a cada uno de ustedes. Su ingreso a esta casa de estudios representa no solo una conquista personal, sino también el comienzo de una trayectoria profesional que los vincula, de forma definitiva, a la historia de Torre Tagle y a la del Perú, por cierto. Han sido admitidos a una institución de excelencia, con una larga y honrosa tradición de servicio al Estado, que a lo largo de los años ha formado a numerosas generaciones de diplomáticos que han contribuido, desde la discreción, la eficacia y el más profundo sentido patriótico, a la proyección internacional del país y a la defensa de sus intereses en las más diversas circunstancias y ante todo tipo de desafíos.
Me enorgullezco de pertenecer a una de sus promociones, que egresó ya hace más de 40 años, como no me hace olvidar las palabras de la señora directora de la Academia, la embajadora Alfaro.
Por ello, debo decirles con claridad y sinceridad: más allá del mérito individual de cada uno de ustedes que los ha traído hasta aquí, el ingreso a esta Academia implica un compromiso profundo con el Perú. No es un paso más en una carrera personal, es asumir una responsabilidad histórica: servir a la Nación, representarla con dignidad y actuar con integridad en un escenario internacional cada vez más complejo. Se trata, en otras palabras, de comprender que el privilegio de representar al país en el exterior lleva consigo el deber de estar a la altura de sus obligaciones, de sus desafíos, de sus aspiraciones y de su historia.
Y ese es, en el fondo, el eje de la breve reflexión que quiero compartir con ustedes esta noche.
Sabemos que vivimos tiempos de cambio. De eso no cabe ninguna duda, lo leemos en todas partes. No se trata de una coyuntura pasajera ni de una crisis ordinaria, eso exige un poco más de análisis. Todas las señales nos indican que nos encontramos ante una transformación de carácter estructural, de la escena internacional, que está alterando las bases sobre las cuales se ha sostenido el orden internacional durante las últimas décadas. El sistema mundial, tal como lo conocimos tras el final de la Guerra Fría, experimenta un proceso de fragmentación y reacomodo, importantes, que afecta tanto los equilibrios de poder como los principios que articulaban la cooperación global. Y esto añadiría, la emergencia cada vez más evidente y potente de nuevos actores centrales en la escena internacional.
El orden basado en el Derecho Internacional y en sus principios —aquel que promueve la universalidad de valores, la apertura y la institucionalidad en las relaciones entre los Estados— muestra hoy signos evidentes de desgaste, lo que sucede al mismo tiempo que la rivalidad estratégica entre grandes potencias se intensifica. Las tensiones geopolíticas resurgen en múltiples frentes en medio de una realidad cada vez más fragmentada. El neoproteccionismo gana terreno, se debilitan los marcos multilaterales de cooperación y entendimiento, y se erosionan principios del libre comercio. En algunos casos, incluso, asistimos al retorno de la lógica de los bloques, del enfrentamiento ideológico, de la coerción económica y de la diplomacia de fuerza.
No estamos, por tanto, ante una disrupción menor. Lo que está en juego es la arquitectura misma del orden global. Lo que hasta hace pocos años dábamos por sentado —por ejemplo, la estabilidad de las instituciones, el valor del derecho internacional, la idea de una comunidad internacional organizada en torno a ciertas normas que compartíamos todos o la inmensa mayoría de sus miembros— puede que esté comenzando a ser reemplazado por nuevas formas de competencia, de rivalidad y de cálculo de poder. La historia, no nos equivoquemos, no ha terminado.
Como se llegó a pensar en un momento, creo yo, de excesivo optimismo globalizador, al contrario, me tomo que su curso ha retomado una intensidad que exige atención, análisis y responsabilidad.
En este contexto, los países como el Perú enfrentan una presión creciente para tomar partido, para alinearse con agendas o para plegarse a narrativas que podrían resultar ajenas a sus intereses. Se vuelve, entonces, indispensable reafirmar una de las tradiciones más valiosas de nuestra política exterior: la autonomía estratégica. O como yo la llamo modestamente, y prestándome este término multi concepto, de neutralidad activa, que no es un término nuevo, que ha sido creado ya hace algunos siglos incluso. Refleja que esta autonomía, que no equivale a aislamiento ni a indiferencia, sino que se entiende como la afirmación del derecho soberano del Estado peruano a definir sus propios intereses, a tomar decisiones con independencia y a construir relaciones internacionales en función de principios, y no de imposiciones.
La búsqueda de esta autonomía estratégica no implica, por tanto, la adopción de una posición de neutralidad pasiva. No somos neutrales en el sentido clásico, digamos, de las grandes obras de estrategia del siglo XVIII o XIX. Todo lo contrario. Es una actitud activa, reflexiva, constructiva y con sentido histórico. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? Implica mantener la capacidad de decidir con criterio propio, de actuar con libertad, de ejercer la diplomacia con prudencia, pero también con firmeza. Supone, además, cultivar la capacidad de leer correctamente el escenario internacional, de anticipar riesgos, de identificar oportunidades, y de construir alianzas útiles que fortalezcan la posición del país y le den proyección internacional.
Ejercer la diplomacia en estos tiempos no consiste, pues, en repetir fórmulas bien establecidas. Aunque es verdad que estas fórmulas bien establecidas pueden servir como base para mirar el horizonte internacional o mas bien sus cambios o desafíos. No se trata tampoco de tomar la rutina internacional como algo dado, sino como algo que otorga estructura y sentido del orden de las cosas, pero a la vez invita a una dinámica de cambio y a la innovación. Se trata de fortalecer nuestros márgenes de acción en un entorno volátil, interdependiente, competitivo, y hasta, por qué no decirlo, adversarial. Cuando no, confrontacional. Y hacerlo con visión estratégica, es decir, entendiendo que cada decisión en política exterior se inscribe en un contexto más amplio, que no solo involucra intereses inmediatos, sino también consecuencias de largo plazo.
En este marco, la noción de neutralidad activa, nuevamente, adquiere un sentido especialmente relevante. Se trata de una estrategia orientada a preservar la autonomía de las decisiones del Estado peruano frente a la dinámica de confrontación entre grandes potencias o bloques, sin por ello abdicar de nuestros compromisos globales ni de nuestra vocación de cooperación. Es decir, consiste en adoptar una posición que busca conciliar el no alineamiento con una participación intensa en la promoción de la paz, el fortalecimiento del orden internacional basado en reglas y la defensa de los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas.
El no alineamiento, no el concepto de cuando se creó esta organización en los años 50, en la Conferencia de Bandung, cuando empezaron a surgir una serie de nuevos Estados, sobre todo en el Asia y en África. Este es un nuevo tipo de no alineamiento. Si ustedes quieren, un no alineamiento centrado y concentrado en los intereses nacionales, absolutamente cooperativo, y no excluyendo a absolutamente ninguno de los, digamos, grandes ejes o actores del escenario mundial actual.
Así entendida, la neutralidad activa proyecta al Perú como un actor confiable, equilibrado, dialogante, capaz de tender puentes en un escenario fragmentado. Y esa es, sin duda, una de las grandes fortalezas de nuestra diplomacia: su reconocida capacidad de interlocución amplia, su credibilidad, su vocación multilateral y su disposición a actuar como facilitador en los espacios donde el entendimiento parece más difícil.
Y aquí quiero decirles una cuestión que acabo de conversar con nuestro embajador Carlos Vásquez. Él fue nuestro SOM Chair, nuestro jefe de Delegación de Asuntos Sustantivos de APEC Perú 2024. Me comentaba cómo, gracias a la delegación de Perú, en la cual él no participó, sino fueron otros funcionarios peruanos de alto rango, en la última reunión que acaba de pasar, en APEC 2025 en Corea, se logró mantener algo que se había perdido y se recuperó en APEC 2024 en el Perú: el consenso. Nuevamente estuvimos al borde, en Corea, en la primera reunión de APEC 2025, a no tener un papel de consenso, al no lograr juntar a todos los actores. Acuérdense que está Rusia, pero también Estados Unidos. Está China, pero también Taiwan. No lográbamos ese papel de consenso, por una serie de motivos.
Y no lográbamos ese papel de consenso, por una serie de motivos que no voy a entrar a, pero fascinantes todos, no voy a entrar a discutir. Pero fue el Perú quien, conversando, haciendo de amigable componedor con cada una de las delegaciones ahí presentes y que tenían problemas sustantivos, entre ellas las cuatro que mencioné, y además haciendo gala de una gran capacidad de redacción, ¿no es cierto?, se tendieron los puentes necesarios para que también en esta oportunidad, en la primera reunión de APEC 2025 Corea, hubiera un papel de consenso. Es decir, nosotros los diplomáticos peruanos siempre estamos, como muchas otras diplomacias, pero estamos en el Perú y estamos hablando de lo que les espera a ustedes en esta maravillosa carrera que es el ser diplomático, somos entrenados, tenemos las capacidades para encontrar los consensos necesarios.
Esa vocación de equilibrio y conciliación tiene raíces profundas en nuestra historia diplomática. Fue expresada con claridad por el canciller Raúl Porras Barrenechea en su memorable intervención en San José de Costa Rica, en 1960, cuando el continente se debatía en esa época entre la polarización ideológica y el riesgo del enfrentamiento. Allí, el canciller del Perú recordó que nuestro país no acudía a las conferencias internacionales con ánimo de dividir, de imponerse, sino con la voluntad de unir; no para exacerbar diferencias, sino para construir acuerdos. Su mensaje, pronunciado en nombre de la prudencia, de la legalidad y de la civilización, sigue hoy más vigente que nunca, como guía de nuestra actuación internacional en tiempos de fragmentación y tensión.
En la actualidad, esta vocación debe complementarse con un enfoque de pragmatismo estratégico. En tiempos de incertidumbre, el Perú debe evitar alineamientos rígidos, pero sin renunciar a tener una presencia internacional eficaz, flexible y orientada a resultados. Nuestra política exterior debe ser firme en sus principios, pero adaptable en sus formas. Debe buscar la apertura, pero con criterio. Y, sobre todo, debe orientarse al interés nacional, que no se debe concebir como una abstracción, sino como la defensa concreta de las condiciones que permiten garantizar el bienestar, la seguridad y el desarrollo de nuestro pueblo.
Esta orientación estratégica, que combina la firmeza con la flexibilidad, no ha permanecido en el plano de los principios. Se ha traducido, en los últimos años, en acciones concretas que buscan reforzar nuestra capacidad de respuesta ante los desafíos regionales y globales, y renueva el posicionamiento de nuestro país.
En ese sentido, quiero destacar algunos esfuerzos concretos que hemos venido impulsando.
La política exterior del Perú, en los últimos años, ha promovido iniciativas regionales como el Plan de Acción Resolutiva en el marco de la Comunidad Andina, orientado a enfrentar de manera conjunta la amenaza de la criminalidad organizada transnacional. Asimismo, promovemos la Alianza Sudamericana de Puertos, una herramienta para articular esfuerzos frente a flagelos como el contrabando, el narcotráfico y otras formas de economía ilícita que atentan contra la gobernabilidad y el desarrollo de todos nuestros países.
En el plano regional apostamos por el fortalecimiento de nuestros órganos de interlocución y de negociación. Nuestra presencia y activa participación, por ejemplo, fueron muy importantes en la elección del nuevo secretario general de la Organización de los Estados Americanos, y que este lo haya sido por aclamación, tal como lo propuso el Perú luego del retiro del otro candidato.
Asimismo, nuestra diplomacia fue clave para la realización exitosa de la cuarta reunión del mecanismo CELAC China establecido hace 10 años, pero que por diversas razones de carácter ideológico y político no se había podido reunir con una mayor frecuencia. Fueron diplomáticos peruanos que, conversando con la delegación china y con las delegaciones latinoamericanas, especialmente con la delegación de Honduras y también de Colombia, que ingresaba como presidente pro tempore de CELAC, que logramos una agenda primero y luego un texto de declaración de Beijing que fue aceptable para todos. Solo así pudimos llevar adelante esta reunión.
Estas medidas no son respuestas aisladas. Forman parte de un esfuerzo más amplio por consolidar un entorno regional más seguro, más articulado y con mayores niveles de confianza mutua entre los Estados. Sabemos que la construcción de una proyección internacional sólida no se basa únicamente en infraestructura o flujos comerciales. Cómo no, son importantes, pero no es lo único, no son suficientes. Requiere, ante todo, un entorno de gobernanza estable, capaz de enfrentar las amenazas comunes que debilitan nuestras instituciones y frenan nuestro desarrollo.
Solo desde esa base —fortaleciendo la seguridad regional y promoviendo mecanismos eficaces de cooperación— será posible avanzar hacia una visión más ambiciosa: la de convertir al Perú en una plataforma estratégica de proyección regional hacia el Pacífico. Este objetivo no es meramente económico. Tiene una dimensión geopolítica y una vocación pacífica de largo plazo: posicionar al Perú como un puente entre Sudamérica, y de todos sus países, con el Asia, como un país capaz de articular entonces intereses regionales en general, en uno de los espacios más dinámicos y relevantes del este siglo.
En este marco, el desarrollo del Puerto de Chancay constituye un hito fundamental. No se trata solo de una obra de infraestructura, que hay que recordar y subrayar. Es una obra de infraestructura que ha sido posible y ha sido promovida por inversiones privadas peruanas y de una compañía estatal, es verdad, de la China. Es decir, aquí no ha habido una intervención económica directa, no es cierto, del Estado peruano, del erario nacional.
Se trata, sin embargo, de una apuesta geoestratégica que beneficia al Perú y a la región en su conjunto. Convertir a Chancay en un nodo logístico clave para el comercio transpacífico supone dotar al Perú de una ventaja competitiva significativa y de una plataforma de integración con Asia sin precedentes. La reciente reunión de líderes de APEC en Lima, en 2024, recuerdo acá lo que ya dije, en la que ese organismo recuperó su capacidad de diálogo y de consenso, fue una muestra concreta del interés que despierta esta proyección, así como una oportunidad para posicionar al Perú como un actor relevante en la Cuenca del Pacífico, el principal polo económico y comercial del mundo.
Esta iniciativa debe entenderse como parte de una estrategia nacional de proyección al Asia-Pacífico, concebida desde el interés peruano y guiada por criterios de apertura, de diversificación, autonomía y cooperación con los países vecinos. El desarrollo de nuestra infraestructura logística responde a una visión de largo plazo, que busca insertar al país en las dinámicas del siglo XXI sin asumir compromisos que condicionen nuestra política exterior o nuestra soberanía. Se trata, en suma, de ampliar nuestras capacidades sin renunciar a nuestra libertad de acción y de elección.
Coherente con esta visión, durante mi gestión como canciller hemos trabajado intensamente para ampliar nuestra presencia en el mundo y diversificar nuestras líneas de acción. En lugar de replegarnos ante la fragmentación del sistema internacional o tomar partido, hemos optado por avanzar y construir nuevos espacios de cooperación, por intensificar nuestras relaciones exteriores, y por consolidar nuestros vínculos que refuercen la posición del Perú en la escena global.
Un ejemplo claro de ello fueron las dos visitas de Estado y las cinco oficiales, de carácter oficial, que recibimos en noviembre pasado en conjunción con la celebración de APEC 2024 en el Perú. Suscribimos más de 60 acuerdos bilaterales de la más diversa índole, pero todos con un denominador común: fortalecer y visibilizar la presencia del Perú en esa región del mundo, en el Asia, para atraer a nuestro país con toda soberanía, más desarrollo y más bienestar para todos.
Pero también otros procesos políticos y económico mundiales son materia de nuestra atención. Así, la participación de la señora presidenta de la República en el Foro Económico Mundial de Davos, en enero pasado, permitió mantener un contacto directo con las fuerzas vivas de la economía global, proyectando una imagen del Perú como un país abierto, responsable y dispuesto a dialogar con los grandes actores del desarrollo, particularmente con las empresas que desean invertir en nuestro país o en economías similares.
De igual modo, en marzo, tuve el honor de representar al país en el Diálogo de Raisina, en la India, uno de los principales foros de debate sobre la agenda internacional, desde la perspectiva del sur global, donde expusimos las prioridades peruanas en materia de sostenibilidad, digitalización, cooperación Sur-Sur y, por supuesto, defensa del multilateralismo. Hay que decirlo, con algo de vergüenza, pero los errores están ahí para ser corregidos. Hacía 38 años, en ese momento, que un canciller peruano no visitaba este gran país, el país de la India, con quien estamos a punto de cerrar un acuerdo comercial. ¿Cómo no ir a este Diálogo de Raisina? ¿Cómo no dialogar, a gentil invitación, con el doctor Yai Shankar, mi homólogo indio?
Ese mismo mes sostuvimos reuniones clave en Londres con el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, David Lammy, reforzando una relación bilateral marcada por la confianza, la estabilidad institucional y la convergencia en valores democráticos. Esta visita permitió a ambos países que suscribiéramos un acuerdo de supresión de doble tributación, lo que va a promover aún más la inversión británica en el Perú, que ya es sustantiva, si no recuerdo mal, la primera a nivel europeo, por lo menos. A la par que relanzamos una agenda renovada de cooperación en áreas como ciencia, educación, inversiones sostenibles y cambio climático.
Se confirma de esta manera que los vínculos con democracias consolidadas, algunos dicen, no me gusta señalarlo así, pero así se les conoce con el Viejo Continente, siguen siendo un pilar importante en nuestra acción exterior.
Poco después realizamos una gira estratégica por los países del Golfo Arábigo, una de las regiones más dinámicas del sistema internacional actual, donde confluyen intereses energéticos, financieros, logísticos y geopolíticos de alcance global. Recuerdo como si fuera ayer, cuando tuve el honor de formar parte, siendo tercer secretario de Cancillería, categoría que ya no existe y ustedes no van a sufrir, hace ya 40 años o algo más, de la primera misión comercial del Perú a los países árabes, presidida por el entonces senador Miguel Ángel Mufarech.
Desde ese tiempo a esta parte, hemos avanzado en nuestra presencia en la región del Golfo. Hoy tenemos allí cuatro embajadas y un consulado general, sin embargo, hay mucho más por hacer. Y hacía, otra mea culpa, hacía 15 años que un canciller peruano visitaba esa región. Nuestra presencia allí no responde solo a una agenda comercial, sino también a una visión más amplia de diversificación de socios, apertura a nuevas fuentes de inversión e inserción inteligente en los espacios donde se están reconfigurando los equilibrios de poder y las oportunidades de desarrollo.
Se trató en suma de afirmar que el Perú puede actuar con flexibilidad y ambición en distintos escenarios sin perder claridad de rumbo. Nuestra relación con los Estados Unidos, el elefante en la sala, esta noche supongo para todos ustedes, ha ocupado y ocupa un lugar preeminente en nuestra política exterior. Desde que asumí este honroso cargo he visitado Washington por lo menos cuatro veces.
El objetivo es reforzar y ampliar nuestra relación bilateral que pronto, el 5 de mayo del año próximo, cumplirá 200 años de existencia. Queremos que nuestros vínculos con los Estados Unidos de América, que es la primera potencia mundial y viejo aliado y amigo del Perú, se amplíen y se profundicen más, aún más. En una palabra: queremos llevar nuestro relacionamiento al siguiente nivel del de una alianza estratégica integral. Seguridad, desarrollo, negocios y cultura son los pilares de esta relación.
Asimismo, participé en el tercer foro ministerial CELAC-China, un espacio cada vez más importante de cooperación biregional al que ya me referí brevemente, que reafirma nuestro compromiso con la agenda latinoamericana y con el aprovechamiento responsable de las oportunidades que ofrece nuestra relación con la principal potencia comercial del planeta.
Finalmente, acompañé a la señora presidenta de Roma, como todos ustedes seguramente han visto en la televisión, a la ceremonia de, algunos dicen entronización, otros dicen que es misa inaugural, creo que son las dos cosas, del papa peruano, León XIV, una ocasión que simboliza nuestro respaldo al mensaje de paz, de justicia y fraternidad que el nuevo pontífice ha transmitido al mundo.
Yo les pido a ustedes con todo respeto y cuidado, distinguidos alumnos, distinguidas alumnas, que sigan de cerca las acciones del papado de León XIV, un papa, como digo peruano, y que ya es suficiente razón para seguirlo, por supuesto, pero que ha puesto en el centro de su mensaje al mundo la paz, la verdad y el diálogo. Este último como conducto para lograr los dos primeros. Y yo me pregunto, ¿no es acaso aquello que los diplomáticos hacemos permanentemente? Dialogar, buscar la verdad y promover la paz.
La diplomacia vaticana nos dará, no me cabe la menor duda, más de una rica lección de cómo llevar adelante nuestro oficio en los años venideros.
Estimados alumnos, alumnas, señoras y señores,
En cada uno de estos espacios que he llevado, he llevado un mensaje firme y coherente. El Perú tiene mucho que ofrecer al mundo.
Más allá de sus recursos naturales, valiosos, sin duda, nuestro país puede ofrecer acción, visión, compromiso y capacidad singular para articular intereses diversos en favor del entendimiento, la cooperación y el desarrollo compartido. Esta forma de proyectarse en distintas direcciones, sin ataduras ni alineamientos rígidos, no solo es expresión de apertura sino también una garantía de seguridad, de confianza. En un mundo cada vez más incierto, tener múltiples vínculos, ser interlocutor confiable, elevar nuestra visibilidad y nuestro prestigio, a la par que mantener márgenes de maniobra, es una forma de proteger e impulsar el interés nacional.
Y no solo se trata de participar, se trata de hacerse útil. La defensa de principios, la disposición al diálogo, la voluntad de tender puentes y la construcción de plataformas logísticas y diplomáticas que integren regiones, no son solo fines en sí mismos, son también medios para que una potencia regional mediana, como es el Perú, encuentre un lugar propio en la nueva configuración del poder global. Un lugar que no se impone por la fuerza, sino que se construye con inteligencia, constancia y vocación de servicio. Ahí es donde entra su formación.
Queridos alumnos, queridos alumnos,
Esta casa de estudios no solo transmite conocimientos, que son centrales sin duda, sino que cultiva criterio, forja carácter y construye identidad institucional. Porque la diplomacia contemporánea, que continúa teniendo como baluartes esenciales a lo protocolar y a lo tradicional, requiere sin embargo un enfoque multidisciplinario, una comprensión profunda de los procesos globales y de la realidad nacional, así como una sensibilidad intercultural y una visión de prospectiva. Hay que adelantarse a la curva, como se dice comúnmente en los medios financieros y económicos, y pensar fuera de la caja, otro de los dichos comunes en esos medios.
Este desafío, por cierto, no es nuevo. Por eso quiero evocar aquí a la figura del embajador Carlos García Bedoya, cuyo centenario conmemoramos recientemente. Su pensamiento sigue siendo una de las referencias más lúcidas de nuestra diplomacia. Fue un estratega del interés nacional. Comprendió que el Perú debía pensarse primero desde su historia y su geografía, desde su territorio, sus desafíos estructurales y sus posibilidades reales, para luego construir sobre esa base una política exterior coherente, sostenida y con sentido. Reivindicó una diplomacia que no fuera reactiva ni episódica, sino que más bien respondiera a un proyecto nacional de largo aliento.
Para él, la función diplomática no podía disociarse del destino histórico del país, ni de la necesidad de articular una voz propia en un mundo desigual y competitivo. Y como entonces, el Perú deberá actuar ahora con claridad, promoviendo una imagen internacional coherente, con valores y con un proyecto nacional que tenga sentido en el nuevo orden global. La política exterior no puede ser una sucesión de gestos, debe ser la expresión de una estrategia.
Y esa estrategia, como bien señaló García Bedoya, solo puede sostenerse si se construye sobre la comprensión de lo que somos. Nuestra historia, nuestras aspiraciones, nuestras limitaciones, sin duda también, y nuestra inserción territorial como país andino, amazónico y marítimo a la vez.
Desde esa base, el Perú debe proyectarse con voz propia, promoviendo el respeto a la legalidad internacional, a la defensa de los derechos humanos y a la tolerancia, a la apertura al comercio y a la inversión responsable, el impulso del desarrollo sostenible y un firme compromiso con el multilateralismo. Son estos los principios que nos han dado legitimidad y que hoy debemos reafirmar con inteligencia en un entorno que desafía tanto nuestras convicciones como nuestra propia capacidad de actuar.
Por ello, la formación que recibirán en esta academia es decisiva. Esta casa de estudios no prepara funcionarios ni académicos, sino forma representantes del Perú en el mundo y para ello exige no solo capacidad técnica, sino también vocación, convicción y un firme compromiso de servicio a la nación y al pueblo peruano. Representar al Perú no es un acto mecánico ni ceremonial. Es un compromiso continuo con su defensa, con su imagen, con su desarrollo y con su lugar en el mundo.
Requiere estar a la altura de las circunstancias, pero también de la historia. Ustedes están llamados a formar parte de un cuerpo profesional que ha sido, a lo largo de nuestra vida republicana, la columna vertebral de la proyección internacional del Perú. Una diplomacia que ha sabido estar presente en los grandes momentos de la historia, que ha defendido la paz en tiempos de conflicto, que ha promovido la integración en tiempos de fractura y que ha representado al Perú con dignidad, incluso en las circunstancias más difíciles.
Este legado no es solo institucional, es también una responsabilidad personal que ustedes asumirán desde hoy. Representar al Perú exige integridad, lucidez, sentido de Estado y una profunda conciencia de lo que está en juego cada vez que se actúa en nombre de la Nación, es el propio Perú. La diplomacia no admite la improvisación ni la indiferencia. Requiere compromiso, prudencia y sobre todo una comprensión clara de los valores que defendemos y del lugar que queremos ocupar en el mundo.
Confío plenamente, distinguidas alumnas, distinguidos alumnos, que ustedes sabrán estar a esa altura. Más aún, confío en que sabrán renovarlo, enriquecerlo y proyectarlo hacia el futuro. Que sabrán leer el mundo con lucidez y actuar con responsabilidad. Que sabrán combinar el apego a nuestros principios con la audacia para representar los intereses del Perú en escenarios cada vez más complejos y distintos entre sí. Les deseo el mayor de los éxitos.
Bienvenidos a este camino de servicio y de responsabilidad, futuros colegas y futuras colegas. Que este año marque el inicio de una trayectoria ejemplar al servicio del Perú y de los valores que nos definen como Nación.
Muchas gracias.
Señor jefe de Misión, embajador de la República de Chile, excelentísimo señor Oscar Fuentes Lira,
Señor viceministro de Relaciones Exteriores, embajador Félix Denegri,
Señores exministros de Relaciones Exteriores,
Señor secretario general de la Comunidad Andina,
Señores directores generales del Ministerio de Relaciones Exteriores aquí presentes,
Señores ex secretarios generales de la Cancillería peruana,
Señoras y señores profesores de nuestra Academia Diplomática Javier Pérez de Cuéllar,
Apreciados alumnas y alumnos,
Es para mí un alto honor dirigirme a ustedes en esta ceremonia de inauguración del año lectivo 2025 de la Academia Diplomática del Perú. Se trata de una ocasión especial y profundamente significativa, en la que tengo la inmensa satisfacción de dar la bienvenida a una nueva promoción de aspirantes a la carrera diplomática, quienes han iniciado su proceso de formación con miras a incorporarse al Servicio Exterior de la República. Su presencia aquí es testimonio de mérito, sin duda alguna, esfuerzo y vocación de servicio, pues han logrado superar con éxito lo que consideramos es uno de los concursos más rigurosos y exigentes del país, que no solo demanda preparación académica, sino también temple, convicción y una idea clara del papel que se desea desempeñar al servicio de nuestra Nación.
Es por tal motivo que quisiera iniciar estas palabras con una sincera y cálida felicitación a cada uno de ustedes. Su ingreso a esta casa de estudios representa no solo una conquista personal, sino también el comienzo de una trayectoria profesional que los vincula, de forma definitiva, a la historia de Torre Tagle y a la del Perú, por cierto. Han sido admitidos a una institución de excelencia, con una larga y honrosa tradición de servicio al Estado, que a lo largo de los años ha formado a numerosas generaciones de diplomáticos que han contribuido, desde la discreción, la eficacia y el más profundo sentido patriótico, a la proyección internacional del país y a la defensa de sus intereses en las más diversas circunstancias y ante todo tipo de desafíos.
Me enorgullezco de pertenecer a una de sus promociones, que egresó ya hace más de 40 años, como no me hace olvidar las palabras de la señora directora de la Academia, la embajadora Alfaro.
Por ello, debo decirles con claridad y sinceridad: más allá del mérito individual de cada uno de ustedes que los ha traído hasta aquí, el ingreso a esta Academia implica un compromiso profundo con el Perú. No es un paso más en una carrera personal, es asumir una responsabilidad histórica: servir a la Nación, representarla con dignidad y actuar con integridad en un escenario internacional cada vez más complejo. Se trata, en otras palabras, de comprender que el privilegio de representar al país en el exterior lleva consigo el deber de estar a la altura de sus obligaciones, de sus desafíos, de sus aspiraciones y de su historia.
Y ese es, en el fondo, el eje de la breve reflexión que quiero compartir con ustedes esta noche.
Sabemos que vivimos tiempos de cambio. De eso no cabe ninguna duda, lo leemos en todas partes. No se trata de una coyuntura pasajera ni de una crisis ordinaria, eso exige un poco más de análisis. Todas las señales nos indican que nos encontramos ante una transformación de carácter estructural, de la escena internacional, que está alterando las bases sobre las cuales se ha sostenido el orden internacional durante las últimas décadas. El sistema mundial, tal como lo conocimos tras el final de la Guerra Fría, experimenta un proceso de fragmentación y reacomodo, importantes, que afecta tanto los equilibrios de poder como los principios que articulaban la cooperación global. Y esto añadiría, la emergencia cada vez más evidente y potente de nuevos actores centrales en la escena internacional.
El orden basado en el Derecho Internacional y en sus principios —aquel que promueve la universalidad de valores, la apertura y la institucionalidad en las relaciones entre los Estados— muestra hoy signos evidentes de desgaste, lo que sucede al mismo tiempo que la rivalidad estratégica entre grandes potencias se intensifica. Las tensiones geopolíticas resurgen en múltiples frentes en medio de una realidad cada vez más fragmentada. El neoproteccionismo gana terreno, se debilitan los marcos multilaterales de cooperación y entendimiento, y se erosionan principios del libre comercio. En algunos casos, incluso, asistimos al retorno de la lógica de los bloques, del enfrentamiento ideológico, de la coerción económica y de la diplomacia de fuerza.
No estamos, por tanto, ante una disrupción menor. Lo que está en juego es la arquitectura misma del orden global. Lo que hasta hace pocos años dábamos por sentado —por ejemplo, la estabilidad de las instituciones, el valor del derecho internacional, la idea de una comunidad internacional organizada en torno a ciertas normas que compartíamos todos o la inmensa mayoría de sus miembros— puede que esté comenzando a ser reemplazado por nuevas formas de competencia, de rivalidad y de cálculo de poder. La historia, no nos equivoquemos, no ha terminado.
Como se llegó a pensar en un momento, creo yo, de excesivo optimismo globalizador, al contrario, me tomo que su curso ha retomado una intensidad que exige atención, análisis y responsabilidad.
En este contexto, los países como el Perú enfrentan una presión creciente para tomar partido, para alinearse con agendas o para plegarse a narrativas que podrían resultar ajenas a sus intereses. Se vuelve, entonces, indispensable reafirmar una de las tradiciones más valiosas de nuestra política exterior: la autonomía estratégica. O como yo la llamo modestamente, y prestándome este término multi concepto, de neutralidad activa, que no es un término nuevo, que ha sido creado ya hace algunos siglos incluso. Refleja que esta autonomía, que no equivale a aislamiento ni a indiferencia, sino que se entiende como la afirmación del derecho soberano del Estado peruano a definir sus propios intereses, a tomar decisiones con independencia y a construir relaciones internacionales en función de principios, y no de imposiciones.
La búsqueda de esta autonomía estratégica no implica, por tanto, la adopción de una posición de neutralidad pasiva. No somos neutrales en el sentido clásico, digamos, de las grandes obras de estrategia del siglo XVIII o XIX. Todo lo contrario. Es una actitud activa, reflexiva, constructiva y con sentido histórico. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? Implica mantener la capacidad de decidir con criterio propio, de actuar con libertad, de ejercer la diplomacia con prudencia, pero también con firmeza. Supone, además, cultivar la capacidad de leer correctamente el escenario internacional, de anticipar riesgos, de identificar oportunidades, y de construir alianzas útiles que fortalezcan la posición del país y le den proyección internacional.
Ejercer la diplomacia en estos tiempos no consiste, pues, en repetir fórmulas bien establecidas. Aunque es verdad que estas fórmulas bien establecidas pueden servir como base para mirar el horizonte internacional o mas bien sus cambios o desafíos. No se trata tampoco de tomar la rutina internacional como algo dado, sino como algo que otorga estructura y sentido del orden de las cosas, pero a la vez invita a una dinámica de cambio y a la innovación. Se trata de fortalecer nuestros márgenes de acción en un entorno volátil, interdependiente, competitivo, y hasta, por qué no decirlo, adversarial. Cuando no, confrontacional. Y hacerlo con visión estratégica, es decir, entendiendo que cada decisión en política exterior se inscribe en un contexto más amplio, que no solo involucra intereses inmediatos, sino también consecuencias de largo plazo.
En este marco, la noción de neutralidad activa, nuevamente, adquiere un sentido especialmente relevante. Se trata de una estrategia orientada a preservar la autonomía de las decisiones del Estado peruano frente a la dinámica de confrontación entre grandes potencias o bloques, sin por ello abdicar de nuestros compromisos globales ni de nuestra vocación de cooperación. Es decir, consiste en adoptar una posición que busca conciliar el no alineamiento con una participación intensa en la promoción de la paz, el fortalecimiento del orden internacional basado en reglas y la defensa de los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas.
El no alineamiento, no el concepto de cuando se creó esta organización en los años 50, en la Conferencia de Bandung, cuando empezaron a surgir una serie de nuevos Estados, sobre todo en el Asia y en África. Este es un nuevo tipo de no alineamiento. Si ustedes quieren, un no alineamiento centrado y concentrado en los intereses nacionales, absolutamente cooperativo, y no excluyendo a absolutamente ninguno de los, digamos, grandes ejes o actores del escenario mundial actual.
Así entendida, la neutralidad activa proyecta al Perú como un actor confiable, equilibrado, dialogante, capaz de tender puentes en un escenario fragmentado. Y esa es, sin duda, una de las grandes fortalezas de nuestra diplomacia: su reconocida capacidad de interlocución amplia, su credibilidad, su vocación multilateral y su disposición a actuar como facilitador en los espacios donde el entendimiento parece más difícil.
Y aquí quiero decirles una cuestión que acabo de conversar con nuestro embajador Carlos Vásquez. Él fue nuestro SOM Chair, nuestro jefe de Delegación de Asuntos Sustantivos de APEC Perú 2024. Me comentaba cómo, gracias a la delegación de Perú, en la cual él no participó, sino fueron otros funcionarios peruanos de alto rango, en la última reunión que acaba de pasar, en APEC 2025 en Corea, se logró mantener algo que se había perdido y se recuperó en APEC 2024 en el Perú: el consenso. Nuevamente estuvimos al borde, en Corea, en la primera reunión de APEC 2025, a no tener un papel de consenso, al no lograr juntar a todos los actores. Acuérdense que está Rusia, pero también Estados Unidos. Está China, pero también Taiwan. No lográbamos ese papel de consenso, por una serie de motivos.
Y no lográbamos ese papel de consenso, por una serie de motivos que no voy a entrar a, pero fascinantes todos, no voy a entrar a discutir. Pero fue el Perú quien, conversando, haciendo de amigable componedor con cada una de las delegaciones ahí presentes y que tenían problemas sustantivos, entre ellas las cuatro que mencioné, y además haciendo gala de una gran capacidad de redacción, ¿no es cierto?, se tendieron los puentes necesarios para que también en esta oportunidad, en la primera reunión de APEC 2025 Corea, hubiera un papel de consenso. Es decir, nosotros los diplomáticos peruanos siempre estamos, como muchas otras diplomacias, pero estamos en el Perú y estamos hablando de lo que les espera a ustedes en esta maravillosa carrera que es el ser diplomático, somos entrenados, tenemos las capacidades para encontrar los consensos necesarios.
Esa vocación de equilibrio y conciliación tiene raíces profundas en nuestra historia diplomática. Fue expresada con claridad por el canciller Raúl Porras Barrenechea en su memorable intervención en San José de Costa Rica, en 1960, cuando el continente se debatía en esa época entre la polarización ideológica y el riesgo del enfrentamiento. Allí, el canciller del Perú recordó que nuestro país no acudía a las conferencias internacionales con ánimo de dividir, de imponerse, sino con la voluntad de unir; no para exacerbar diferencias, sino para construir acuerdos. Su mensaje, pronunciado en nombre de la prudencia, de la legalidad y de la civilización, sigue hoy más vigente que nunca, como guía de nuestra actuación internacional en tiempos de fragmentación y tensión.
En la actualidad, esta vocación debe complementarse con un enfoque de pragmatismo estratégico. En tiempos de incertidumbre, el Perú debe evitar alineamientos rígidos, pero sin renunciar a tener una presencia internacional eficaz, flexible y orientada a resultados. Nuestra política exterior debe ser firme en sus principios, pero adaptable en sus formas. Debe buscar la apertura, pero con criterio. Y, sobre todo, debe orientarse al interés nacional, que no se debe concebir como una abstracción, sino como la defensa concreta de las condiciones que permiten garantizar el bienestar, la seguridad y el desarrollo de nuestro pueblo.
Esta orientación estratégica, que combina la firmeza con la flexibilidad, no ha permanecido en el plano de los principios. Se ha traducido, en los últimos años, en acciones concretas que buscan reforzar nuestra capacidad de respuesta ante los desafíos regionales y globales, y renueva el posicionamiento de nuestro país.
En ese sentido, quiero destacar algunos esfuerzos concretos que hemos venido impulsando.
La política exterior del Perú, en los últimos años, ha promovido iniciativas regionales como el Plan de Acción Resolutiva en el marco de la Comunidad Andina, orientado a enfrentar de manera conjunta la amenaza de la criminalidad organizada transnacional. Asimismo, promovemos la Alianza Sudamericana de Puertos, una herramienta para articular esfuerzos frente a flagelos como el contrabando, el narcotráfico y otras formas de economía ilícita que atentan contra la gobernabilidad y el desarrollo de todos nuestros países.
En el plano regional apostamos por el fortalecimiento de nuestros órganos de interlocución y de negociación. Nuestra presencia y activa participación, por ejemplo, fueron muy importantes en la elección del nuevo secretario general de la Organización de los Estados Americanos, y que este lo haya sido por aclamación, tal como lo propuso el Perú luego del retiro del otro candidato.
Asimismo, nuestra diplomacia fue clave para la realización exitosa de la cuarta reunión del mecanismo CELAC China establecido hace 10 años, pero que por diversas razones de carácter ideológico y político no se había podido reunir con una mayor frecuencia. Fueron diplomáticos peruanos que, conversando con la delegación china y con las delegaciones latinoamericanas, especialmente con la delegación de Honduras y también de Colombia, que ingresaba como presidente pro tempore de CELAC, que logramos una agenda primero y luego un texto de declaración de Beijing que fue aceptable para todos. Solo así pudimos llevar adelante esta reunión.
Estas medidas no son respuestas aisladas. Forman parte de un esfuerzo más amplio por consolidar un entorno regional más seguro, más articulado y con mayores niveles de confianza mutua entre los Estados. Sabemos que la construcción de una proyección internacional sólida no se basa únicamente en infraestructura o flujos comerciales. Cómo no, son importantes, pero no es lo único, no son suficientes. Requiere, ante todo, un entorno de gobernanza estable, capaz de enfrentar las amenazas comunes que debilitan nuestras instituciones y frenan nuestro desarrollo.
Solo desde esa base —fortaleciendo la seguridad regional y promoviendo mecanismos eficaces de cooperación— será posible avanzar hacia una visión más ambiciosa: la de convertir al Perú en una plataforma estratégica de proyección regional hacia el Pacífico. Este objetivo no es meramente económico. Tiene una dimensión geopolítica y una vocación pacífica de largo plazo: posicionar al Perú como un puente entre Sudamérica, y de todos sus países, con el Asia, como un país capaz de articular entonces intereses regionales en general, en uno de los espacios más dinámicos y relevantes del este siglo.
En este marco, el desarrollo del Puerto de Chancay constituye un hito fundamental. No se trata solo de una obra de infraestructura, que hay que recordar y subrayar. Es una obra de infraestructura que ha sido posible y ha sido promovida por inversiones privadas peruanas y de una compañía estatal, es verdad, de la China. Es decir, aquí no ha habido una intervención económica directa, no es cierto, del Estado peruano, del erario nacional.
Se trata, sin embargo, de una apuesta geoestratégica que beneficia al Perú y a la región en su conjunto. Convertir a Chancay en un nodo logístico clave para el comercio transpacífico supone dotar al Perú de una ventaja competitiva significativa y de una plataforma de integración con Asia sin precedentes. La reciente reunión de líderes de APEC en Lima, en 2024, recuerdo acá lo que ya dije, en la que ese organismo recuperó su capacidad de diálogo y de consenso, fue una muestra concreta del interés que despierta esta proyección, así como una oportunidad para posicionar al Perú como un actor relevante en la Cuenca del Pacífico, el principal polo económico y comercial del mundo.
Esta iniciativa debe entenderse como parte de una estrategia nacional de proyección al Asia-Pacífico, concebida desde el interés peruano y guiada por criterios de apertura, de diversificación, autonomía y cooperación con los países vecinos. El desarrollo de nuestra infraestructura logística responde a una visión de largo plazo, que busca insertar al país en las dinámicas del siglo XXI sin asumir compromisos que condicionen nuestra política exterior o nuestra soberanía. Se trata, en suma, de ampliar nuestras capacidades sin renunciar a nuestra libertad de acción y de elección.
Coherente con esta visión, durante mi gestión como canciller hemos trabajado intensamente para ampliar nuestra presencia en el mundo y diversificar nuestras líneas de acción. En lugar de replegarnos ante la fragmentación del sistema internacional o tomar partido, hemos optado por avanzar y construir nuevos espacios de cooperación, por intensificar nuestras relaciones exteriores, y por consolidar nuestros vínculos que refuercen la posición del Perú en la escena global.
Un ejemplo claro de ello fueron las dos visitas de Estado y las cinco oficiales, de carácter oficial, que recibimos en noviembre pasado en conjunción con la celebración de APEC 2024 en el Perú. Suscribimos más de 60 acuerdos bilaterales de la más diversa índole, pero todos con un denominador común: fortalecer y visibilizar la presencia del Perú en esa región del mundo, en el Asia, para atraer a nuestro país con toda soberanía, más desarrollo y más bienestar para todos.
Pero también otros procesos políticos y económico mundiales son materia de nuestra atención. Así, la participación de la señora presidenta de la República en el Foro Económico Mundial de Davos, en enero pasado, permitió mantener un contacto directo con las fuerzas vivas de la economía global, proyectando una imagen del Perú como un país abierto, responsable y dispuesto a dialogar con los grandes actores del desarrollo, particularmente con las empresas que desean invertir en nuestro país o en economías similares.
De igual modo, en marzo, tuve el honor de representar al país en el Diálogo de Raisina, en la India, uno de los principales foros de debate sobre la agenda internacional, desde la perspectiva del sur global, donde expusimos las prioridades peruanas en materia de sostenibilidad, digitalización, cooperación Sur-Sur y, por supuesto, defensa del multilateralismo. Hay que decirlo, con algo de vergüenza, pero los errores están ahí para ser corregidos. Hacía 38 años, en ese momento, que un canciller peruano no visitaba este gran país, el país de la India, con quien estamos a punto de cerrar un acuerdo comercial. ¿Cómo no ir a este Diálogo de Raisina? ¿Cómo no dialogar, a gentil invitación, con el doctor Yai Shankar, mi homólogo indio?
Ese mismo mes sostuvimos reuniones clave en Londres con el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, David Lammy, reforzando una relación bilateral marcada por la confianza, la estabilidad institucional y la convergencia en valores democráticos. Esta visita permitió a ambos países que suscribiéramos un acuerdo de supresión de doble tributación, lo que va a promover aún más la inversión británica en el Perú, que ya es sustantiva, si no recuerdo mal, la primera a nivel europeo, por lo menos. A la par que relanzamos una agenda renovada de cooperación en áreas como ciencia, educación, inversiones sostenibles y cambio climático.
Se confirma de esta manera que los vínculos con democracias consolidadas, algunos dicen, no me gusta señalarlo así, pero así se les conoce con el Viejo Continente, siguen siendo un pilar importante en nuestra acción exterior.
Poco después realizamos una gira estratégica por los países del Golfo Arábigo, una de las regiones más dinámicas del sistema internacional actual, donde confluyen intereses energéticos, financieros, logísticos y geopolíticos de alcance global. Recuerdo como si fuera ayer, cuando tuve el honor de formar parte, siendo tercer secretario de Cancillería, categoría que ya no existe y ustedes no van a sufrir, hace ya 40 años o algo más, de la primera misión comercial del Perú a los países árabes, presidida por el entonces senador Miguel Ángel Mufarech.
Desde ese tiempo a esta parte, hemos avanzado en nuestra presencia en la región del Golfo. Hoy tenemos allí cuatro embajadas y un consulado general, sin embargo, hay mucho más por hacer. Y hacía, otra mea culpa, hacía 15 años que un canciller peruano visitaba esa región. Nuestra presencia allí no responde solo a una agenda comercial, sino también a una visión más amplia de diversificación de socios, apertura a nuevas fuentes de inversión e inserción inteligente en los espacios donde se están reconfigurando los equilibrios de poder y las oportunidades de desarrollo.
Se trató en suma de afirmar que el Perú puede actuar con flexibilidad y ambición en distintos escenarios sin perder claridad de rumbo. Nuestra relación con los Estados Unidos, el elefante en la sala, esta noche supongo para todos ustedes, ha ocupado y ocupa un lugar preeminente en nuestra política exterior. Desde que asumí este honroso cargo he visitado Washington por lo menos cuatro veces.
El objetivo es reforzar y ampliar nuestra relación bilateral que pronto, el 5 de mayo del año próximo, cumplirá 200 años de existencia. Queremos que nuestros vínculos con los Estados Unidos de América, que es la primera potencia mundial y viejo aliado y amigo del Perú, se amplíen y se profundicen más, aún más. En una palabra: queremos llevar nuestro relacionamiento al siguiente nivel del de una alianza estratégica integral. Seguridad, desarrollo, negocios y cultura son los pilares de esta relación.
Asimismo, participé en el tercer foro ministerial CELAC-China, un espacio cada vez más importante de cooperación biregional al que ya me referí brevemente, que reafirma nuestro compromiso con la agenda latinoamericana y con el aprovechamiento responsable de las oportunidades que ofrece nuestra relación con la principal potencia comercial del planeta.
Finalmente, acompañé a la señora presidenta de Roma, como todos ustedes seguramente han visto en la televisión, a la ceremonia de, algunos dicen entronización, otros dicen que es misa inaugural, creo que son las dos cosas, del papa peruano, León XIV, una ocasión que simboliza nuestro respaldo al mensaje de paz, de justicia y fraternidad que el nuevo pontífice ha transmitido al mundo.
Yo les pido a ustedes con todo respeto y cuidado, distinguidos alumnos, distinguidas alumnas, que sigan de cerca las acciones del papado de León XIV, un papa, como digo peruano, y que ya es suficiente razón para seguirlo, por supuesto, pero que ha puesto en el centro de su mensaje al mundo la paz, la verdad y el diálogo. Este último como conducto para lograr los dos primeros. Y yo me pregunto, ¿no es acaso aquello que los diplomáticos hacemos permanentemente? Dialogar, buscar la verdad y promover la paz.
La diplomacia vaticana nos dará, no me cabe la menor duda, más de una rica lección de cómo llevar adelante nuestro oficio en los años venideros.
Estimados alumnos, alumnas, señoras y señores,
En cada uno de estos espacios que he llevado, he llevado un mensaje firme y coherente. El Perú tiene mucho que ofrecer al mundo.
Más allá de sus recursos naturales, valiosos, sin duda, nuestro país puede ofrecer acción, visión, compromiso y capacidad singular para articular intereses diversos en favor del entendimiento, la cooperación y el desarrollo compartido. Esta forma de proyectarse en distintas direcciones, sin ataduras ni alineamientos rígidos, no solo es expresión de apertura sino también una garantía de seguridad, de confianza. En un mundo cada vez más incierto, tener múltiples vínculos, ser interlocutor confiable, elevar nuestra visibilidad y nuestro prestigio, a la par que mantener márgenes de maniobra, es una forma de proteger e impulsar el interés nacional.
Y no solo se trata de participar, se trata de hacerse útil. La defensa de principios, la disposición al diálogo, la voluntad de tender puentes y la construcción de plataformas logísticas y diplomáticas que integren regiones, no son solo fines en sí mismos, son también medios para que una potencia regional mediana, como es el Perú, encuentre un lugar propio en la nueva configuración del poder global. Un lugar que no se impone por la fuerza, sino que se construye con inteligencia, constancia y vocación de servicio. Ahí es donde entra su formación.
Queridos alumnos, queridos alumnos,
Esta casa de estudios no solo transmite conocimientos, que son centrales sin duda, sino que cultiva criterio, forja carácter y construye identidad institucional. Porque la diplomacia contemporánea, que continúa teniendo como baluartes esenciales a lo protocolar y a lo tradicional, requiere sin embargo un enfoque multidisciplinario, una comprensión profunda de los procesos globales y de la realidad nacional, así como una sensibilidad intercultural y una visión de prospectiva. Hay que adelantarse a la curva, como se dice comúnmente en los medios financieros y económicos, y pensar fuera de la caja, otro de los dichos comunes en esos medios.
Este desafío, por cierto, no es nuevo. Por eso quiero evocar aquí a la figura del embajador Carlos García Bedoya, cuyo centenario conmemoramos recientemente. Su pensamiento sigue siendo una de las referencias más lúcidas de nuestra diplomacia. Fue un estratega del interés nacional. Comprendió que el Perú debía pensarse primero desde su historia y su geografía, desde su territorio, sus desafíos estructurales y sus posibilidades reales, para luego construir sobre esa base una política exterior coherente, sostenida y con sentido. Reivindicó una diplomacia que no fuera reactiva ni episódica, sino que más bien respondiera a un proyecto nacional de largo aliento.
Para él, la función diplomática no podía disociarse del destino histórico del país, ni de la necesidad de articular una voz propia en un mundo desigual y competitivo. Y como entonces, el Perú deberá actuar ahora con claridad, promoviendo una imagen internacional coherente, con valores y con un proyecto nacional que tenga sentido en el nuevo orden global. La política exterior no puede ser una sucesión de gestos, debe ser la expresión de una estrategia.
Y esa estrategia, como bien señaló García Bedoya, solo puede sostenerse si se construye sobre la comprensión de lo que somos. Nuestra historia, nuestras aspiraciones, nuestras limitaciones, sin duda también, y nuestra inserción territorial como país andino, amazónico y marítimo a la vez.
Desde esa base, el Perú debe proyectarse con voz propia, promoviendo el respeto a la legalidad internacional, a la defensa de los derechos humanos y a la tolerancia, a la apertura al comercio y a la inversión responsable, el impulso del desarrollo sostenible y un firme compromiso con el multilateralismo. Son estos los principios que nos han dado legitimidad y que hoy debemos reafirmar con inteligencia en un entorno que desafía tanto nuestras convicciones como nuestra propia capacidad de actuar.
Por ello, la formación que recibirán en esta academia es decisiva. Esta casa de estudios no prepara funcionarios ni académicos, sino forma representantes del Perú en el mundo y para ello exige no solo capacidad técnica, sino también vocación, convicción y un firme compromiso de servicio a la nación y al pueblo peruano. Representar al Perú no es un acto mecánico ni ceremonial. Es un compromiso continuo con su defensa, con su imagen, con su desarrollo y con su lugar en el mundo.
Requiere estar a la altura de las circunstancias, pero también de la historia. Ustedes están llamados a formar parte de un cuerpo profesional que ha sido, a lo largo de nuestra vida republicana, la columna vertebral de la proyección internacional del Perú. Una diplomacia que ha sabido estar presente en los grandes momentos de la historia, que ha defendido la paz en tiempos de conflicto, que ha promovido la integración en tiempos de fractura y que ha representado al Perú con dignidad, incluso en las circunstancias más difíciles.
Este legado no es solo institucional, es también una responsabilidad personal que ustedes asumirán desde hoy. Representar al Perú exige integridad, lucidez, sentido de Estado y una profunda conciencia de lo que está en juego cada vez que se actúa en nombre de la Nación, es el propio Perú. La diplomacia no admite la improvisación ni la indiferencia. Requiere compromiso, prudencia y sobre todo una comprensión clara de los valores que defendemos y del lugar que queremos ocupar en el mundo.
Confío plenamente, distinguidas alumnas, distinguidos alumnos, que ustedes sabrán estar a esa altura. Más aún, confío en que sabrán renovarlo, enriquecerlo y proyectarlo hacia el futuro. Que sabrán leer el mundo con lucidez y actuar con responsabilidad. Que sabrán combinar el apego a nuestros principios con la audacia para representar los intereses del Perú en escenarios cada vez más complejos y distintos entre sí. Les deseo el mayor de los éxitos.
Bienvenidos a este camino de servicio y de responsabilidad, futuros colegas y futuras colegas. Que este año marque el inicio de una trayectoria ejemplar al servicio del Perú y de los valores que nos definen como Nación.
Muchas gracias.