Historias que nos unen: Los recuerdos de un padre de 100 años

Nota Informativa
Solidaridad y responsabilidad es lo que se le debe legar a los hijos, señala Miguel Costa Tasayco.
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Unidad de Comunicación e Imagen

17 de junio de 2023 - 8:00 a. m.

Una buena vida nos es sinónimo de comodidades, de abundancia, ni de diversión. “Una buena vida es ayudar a los demás sin pedir nada a cambio. Es amar a los hijos y, sobre todo, tomarse un buen vino chinchano”. Así reflexiona Miguel Costa Tasayco, un hombre de 102 años que es el padre de familia más longevo del distrito de Ventanilla, en el Callao. 
 
Para el usuario de Pensión 65, ser feliz nos es difícil. Cuenta su hija María Costa Cruz, quien lo cuida con esmero, que para don Miguel la felicidad hoy es cobrar su pensión y comprarse una bebida sabor a guaraná y palitos de queso. También es contar sus historias, comprar café para pasar y un buen vino para acompañar los almuerzos todos los días. 
 
Tuvo siete hijos, tres con su primera esposa y cuatro con la segunda. Aunque su primer matrimonio se deshizo pronto, jamás se alejó de sus hijos. Siempre se hizo cargo y los cuidó hasta que cada uno tomó su rumbo. Cuenta que fue y seguirá siendo hasta el último día de su vida, carpintero ebanista. Y aunque le fallan las fuerzas, aún se anima a trabajar la madera para darle forma de utensilios. 
 
El último gran proyecto que este centenario emprendió fue hace siete años, cuando construyó, de madera, la casa donde hoy vive con su hija y nietos, la cual se encuentra en la calle Fraternidad Mza. P, Lote 19, en la zona de Sol y Mar, en Ventanilla. 
 
Don Miguel cuenta que se hizo carpintero ebanista porque su padre también lo fue. Aprendió el oficio mirándolo trabajar en su taller, en Chincha, mientras escuchaba sus increíbles historias. “Mi padre fue un hombre sufrido. Cuando era pequeño, a los cinco años más o menos, se perdió. Una mujer caritativa lo encontró deambulando por Lima y lo llevó a la policía y luego lo adoptó”. 
 
En el colegio Miguel Costa fue buen alumno, por eso sus padres pensaron que podría ser ingeniero o médico, pero se enfermó de fiebre malta y sus sueños quedaron truncos. Fueron necesarios dos años y regular dinero para que lograra superar el mal.
  
“(Mis padres) Ya no tenían plata, por eso no podía exigirles que me pagarán los estudios y los gastos para ir a Lima a estudiar. Por eso cuando una fábrica de algodón me ofreció trabajó para construir y darle mantenimiento a sus máquinas de prensar, tomé el empleo”. Así empezó su vida laboral, tras lo cual se enamoró por primera vez, se casó, tuvo tres hijos y se mudó a Lima, a vivir en Magdalena, donde era harto conocido por el excelente acabado de sus muebles. 
 
Luego de separarse de su primera esposa, se casó por segunda vez y tuvo otros cuatro hijos. “Aunque no les pude dar riquezas, sí cariño y valores para que en la vida sean buenas personas”, comenta. 
Su hija María finaliza esta historia diciendo que el secreto de la larga vida de su padre es su bondad. “Siempre fue bueno. No conozco a un hombre más bondadoso y generoso. Es capaz de dejar de comer para darle al que necesita. Es un gran ser humano”. 

Esta noticia pertenece al compendio Historias Que Nos Unen