El enemigo de la soledad
Nota de prensa• Edilberto Linares Prado. Violinista y usuario de Pensión 65 en Accomarca, Ayacucho.

19 de noviembre de 2021 - 4:46 p. m.
Cada tarde, en el centro poblado de Pongococha, en el distrito de Accomarca, suena, a solas, el violín de Edilberto Linares Prado. Los huainos que salen de sus cuerdas son conversaciones con el pasado. La música es la única compañía del agricultor de 70 años, quien, sin proponérselo, preserva ese bello arte de la región Ayacucho.
Su voz se quiebra al recordar el día infausto, hace 30 calendarios, en el que uno de sus hijos destruyó su arpa a hachazos para tener leña y poder contrarrestar el frío que reina de noche en los más de 3300 m.s.n.m. de Accomarca. Edilberto sabe, de sobra, que en esta vida hay que dejar ir, aceptar la pérdida, tragar saliba y seguir. ¿Duele? Sí, pues, y mucho, pero se debe continuar, y él, bonachón como es, con la piel arrugada por los años, se aferra a su viejo violín, el único ser querido que nunca lo abandona, para mantenerse a flote y no hundirse en el infierno viviente que puede ser la soledad en el otoño de la vida.
A Edilberto le gusta animar los operativos de pago de Pensión 65 con su violín.
Su arpa se fue en la misma época en la que su comunidad lloraba sangre por una violencia que no pidió. Dieciséis años después perdió a su esposa por la voluntad de “Tayta Dios” y luego sus hijos se fueron yendo, uno por uno, como él dice, “a buscar la vida en la ciudad”. Edilberto se quedó con sus nostalgias, su chacrita de maíz, cebada y otras bondades para autoconsumo, su terco buen humor y su violín. Los años se le vinieron encima, la pandemia lo confinó pese a que dicen que en el campo todos son libres, y fue entonces cuando probó su resistencia. Ya no habían fiestas costumbristas que animar tocando huainitos ayacuchanos y, de paso, sacar unos billetes. Tampoco tertulias con los paisanos ni faenas comunales, y las visitas de sus hijos se volvieron más esporádicas aun, tanto que temió no verlos nunca más.
Su voz se quiebra al recordar el día infausto, hace 30 calendarios, en el que uno de sus hijos destruyó su arpa a hachazos para tener leña y poder contrarrestar el frío que reina de noche en los más de 3300 m.s.n.m. de Accomarca. Edilberto sabe, de sobra, que en esta vida hay que dejar ir, aceptar la pérdida, tragar saliba y seguir. ¿Duele? Sí, pues, y mucho, pero se debe continuar, y él, bonachón como es, con la piel arrugada por los años, se aferra a su viejo violín, el único ser querido que nunca lo abandona, para mantenerse a flote y no hundirse en el infierno viviente que puede ser la soledad en el otoño de la vida.

Su arpa se fue en la misma época en la que su comunidad lloraba sangre por una violencia que no pidió. Dieciséis años después perdió a su esposa por la voluntad de “Tayta Dios” y luego sus hijos se fueron yendo, uno por uno, como él dice, “a buscar la vida en la ciudad”. Edilberto se quedó con sus nostalgias, su chacrita de maíz, cebada y otras bondades para autoconsumo, su terco buen humor y su violín. Los años se le vinieron encima, la pandemia lo confinó pese a que dicen que en el campo todos son libres, y fue entonces cuando probó su resistencia. Ya no habían fiestas costumbristas que animar tocando huainitos ayacuchanos y, de paso, sacar unos billetes. Tampoco tertulias con los paisanos ni faenas comunales, y las visitas de sus hijos se volvieron más esporádicas aun, tanto que temió no verlos nunca más.
La melancolía llega con las tardes, cuando el frío serrano empieza a hincar la espalda. Su casa es pequeña, pero la sentía gigante. En el 2020, los recuerdos lo atacaban a mansalva. Hasta le invadía la culpa cuando algunas veces, acompañado de sí mismo, se tomaba una chichita de jora al borde de las siete, a la salud de su familia ausente, justo antes de dormir y después de haber hecho música con su fiel violín solo para sus oídos y su corazón. “Mi esposa siempre me decía: ‘cuidadito nomás con estar tomando por tocar el violín’, y siempre le obedecí”. En el año que nos encadenó a mascarillas, había tonadas con las que sus ojos, inevitablemente, cedían paso a mudas lágrimas que le gritaban sus ayeres pobres con casa llena.
Edilberto, pese a todo, no decayó. “Solamente tengo setenta años”. De pronto, habla con esperanza. “Ya, poco a poco, vamos juntándonos de nuevo en el pueblo. Ya hay motivos para tocar ante mis vecinos o ante más gente, como en los operativos de pago en los que me dan mi Pensión 65, pero siempre con cuidado. Este virus maldito es traicionero”.
Edilberto vive con pasión su arte. Haciendo música olvida sus penas.
Es cierto, la vacunación avanza y ya las notas de su violín se dejan oír nuevamente de tanto en tanto por los caminos de Pongococha y otros centros poblados del distrito de Accomarca, en la provincia de Vilcashuamán, en la región Ayacucho. Es un profesional: a la hora de alegrar al resto guarda en la mochila sus penas, se contenta y contagia el entusiasmo de sus toriles. Eso, la compañía, le da energía y lo revitaliza. “Quiero seguir viviendo muchos años más para estar con mis paisanos. No me gusta estar solo. No”. Aprendió a tocar violín a los 22 años. Hoy es magistral exponente de ese arte ayacuchano y está dispuesto a enseñar los secretos de su instrumento a todo aquel que quiera aprenderlos.

Es cierto, la vacunación avanza y ya las notas de su violín se dejan oír nuevamente de tanto en tanto por los caminos de Pongococha y otros centros poblados del distrito de Accomarca, en la provincia de Vilcashuamán, en la región Ayacucho. Es un profesional: a la hora de alegrar al resto guarda en la mochila sus penas, se contenta y contagia el entusiasmo de sus toriles. Eso, la compañía, le da energía y lo revitaliza. “Quiero seguir viviendo muchos años más para estar con mis paisanos. No me gusta estar solo. No”. Aprendió a tocar violín a los 22 años. Hoy es magistral exponente de ese arte ayacuchano y está dispuesto a enseñar los secretos de su instrumento a todo aquel que quiera aprenderlos.
Edilberto confiesa que prácticamente solo se mantiene con la subvención bimensual de 250 soles que le da Pensión 65. Hoy respira algo más tranquilo porque ya cobró el apoyo económico Yanapay. “Solamente tuve siete hijos”. No se da cuenta que conjuga el verbo tener en pasado y anhela ver a sus muchachos más de una vez al año.
Pero las tardes siempre llegan, acompañadas del frío y la nostalgia, y Edilberto siempre recurre a su violín. “Cuando lo toco en casa es como si estuviera con alguien”. Qué contradictorio: el llanto de su violín sigue siendo hermoso, al filo de la noche, a solas, en Pongococha. Visítelo y compruébelo. Solo pregunte ahí por Edilberto y su violín, todos los conocen.
Ayacucho, 19 de noviembre
Ayacucho, 19 de noviembre