Enamorado del arte y de la tierra
Nota Informativa


13 de agosto de 2021 - 9:48 p. m.
Era más bien un joven bohemio, que tocaba la flauta, la roncadora y la guitarra con sus amigos en la plaza central de Pariahuanca, provincia de Carhuaz, Ancash. Hasta que se enamoró y tuvo cuatro hijos. Entonces descubrió una actividad, un arte, una vocación que rápidamente se convirtió en su pasión: la alfarería. No lo tomó mucho tiempo conseguir el reconocimiento de los comerciantes de artesanías. Sus ollas y cántaros de barro fueron el principal sustento de su familia. Y aunque viajó mucho y visitó muchos lugares nos dice: “Estoy orgulloso de ser pariahuanquino, tuve la oportunidad de irme a otros sitios pero me quedé acá, porque quiero mucho a mi tierra”.
Una de las cosas que más agradece Francisco, es haber crecido en el seno de una familia musical. Todos tocaban algún instrumento, o varios. Él, por ejemplo, tocaba la flauta, la roncadora y la guitarra. De joven, se reunía con sus amigos en la plaza del pueblo de Pariahuanca para hacer música, en navidad. “Celebrábamos el día del Niño Jesús. Esa tradición ha desaparecido en la actualidad”, dice Francisco Solano Flores. “Fueron días alegres. Pero el día que recuerdo con más felicidad, fue cuando conocí a mi esposa. Yo trabajaba de conserje en un edificio de la ciudad Huaraz. Nos encontramos caminando por el jirón Manco Cápac, y nos pusimos a conversar. A partir de entonces, la empecé a visitar en su tienda, la invitaba a comer y empezamos a enamorarnos. Fruto de ese amor tuvimos cuatro hijos. Tuve que buscar más trabajo. Entonces descubrí una actividad, un arte, una vocación que rápidamente se convirtió en mi pasión”.
Todo empezó como una simple curiosidad. Su vecino, Don Leonardo Ciriaco, hacía unas obras increíbles en arcilla. Y Francisco, que en ese entonces tenía 32 años, no podía dejar de observar cómo Don Leonardo le daba forma, con suavidad y precisión, a jarrones, ollas y recipientes diversos de barro. “Le pedí que me enseñe. Luego ya no pude dejar de trabajar la arcilla. Rápidamente, me convertí en ollero. También me dediqué a hacer canastas de carrizo. Pero mis ollas y cántaros eran lo que más se vendía; una vez, vendí casi una camionada para la ciudad de Mala; con ese dinero, me pude comprar un carrito antiguo que a las finales no me sirvió para nada; gastaba más plata haciéndolo reparar”, fue una mala decisión, reconoce Francisco.
Lo mejor de ser un alfarero, para Francisco, es haber conseguido un reconocimiento entre los comerciantes de artesanía de Ancash, quienes, cada quince días, lo visitaban en su casa de Pariahuanca para comprarle sus productos y luego venderlos en las plazas de los diferentes distritos de departamento. “Además he viajado mucho siendo alfarero, conocía muchos pueblos de Ancash, eso me gustaba… Pero ahora ya no tengo las mismas fuerzas de antes… Hacer mis ollas y cántaros fue el principal sustento de mi familia. Estoy orgulloso de ser pariahuanquino; tuve la oportunidad de irme a otros sitios, pero me quedé acá, porque quiero mucho a mi tierra; además, los que quieren comprar mi artesanía me buscan acá porque mis productos son buenos”.
Solo uno de sus cuatro hijos aprendió los oficios de la alfarería; hubo una época en que lo asistía. “Pero actualmente ya no trabaja con el barro. Lo más bonito de ser padre es darles educación a los hijos y verlos crecer sin que les falte nada; lo más difícil es hacer que el dinero alcance; en primaria no gastas mucho, pero luego en secundaria se gasta más, y entonces hay que trabajar más… Enamorarme de mi esposa y tener hijos fue lo más bonito que me pasó en la vida.
Una de las cosas que más agradece Francisco, es haber crecido en el seno de una familia musical. Todos tocaban algún instrumento, o varios. Él, por ejemplo, tocaba la flauta, la roncadora y la guitarra. De joven, se reunía con sus amigos en la plaza del pueblo de Pariahuanca para hacer música, en navidad. “Celebrábamos el día del Niño Jesús. Esa tradición ha desaparecido en la actualidad”, dice Francisco Solano Flores. “Fueron días alegres. Pero el día que recuerdo con más felicidad, fue cuando conocí a mi esposa. Yo trabajaba de conserje en un edificio de la ciudad Huaraz. Nos encontramos caminando por el jirón Manco Cápac, y nos pusimos a conversar. A partir de entonces, la empecé a visitar en su tienda, la invitaba a comer y empezamos a enamorarnos. Fruto de ese amor tuvimos cuatro hijos. Tuve que buscar más trabajo. Entonces descubrí una actividad, un arte, una vocación que rápidamente se convirtió en mi pasión”.
Todo empezó como una simple curiosidad. Su vecino, Don Leonardo Ciriaco, hacía unas obras increíbles en arcilla. Y Francisco, que en ese entonces tenía 32 años, no podía dejar de observar cómo Don Leonardo le daba forma, con suavidad y precisión, a jarrones, ollas y recipientes diversos de barro. “Le pedí que me enseñe. Luego ya no pude dejar de trabajar la arcilla. Rápidamente, me convertí en ollero. También me dediqué a hacer canastas de carrizo. Pero mis ollas y cántaros eran lo que más se vendía; una vez, vendí casi una camionada para la ciudad de Mala; con ese dinero, me pude comprar un carrito antiguo que a las finales no me sirvió para nada; gastaba más plata haciéndolo reparar”, fue una mala decisión, reconoce Francisco.
Lo mejor de ser un alfarero, para Francisco, es haber conseguido un reconocimiento entre los comerciantes de artesanía de Ancash, quienes, cada quince días, lo visitaban en su casa de Pariahuanca para comprarle sus productos y luego venderlos en las plazas de los diferentes distritos de departamento. “Además he viajado mucho siendo alfarero, conocía muchos pueblos de Ancash, eso me gustaba… Pero ahora ya no tengo las mismas fuerzas de antes… Hacer mis ollas y cántaros fue el principal sustento de mi familia. Estoy orgulloso de ser pariahuanquino; tuve la oportunidad de irme a otros sitios, pero me quedé acá, porque quiero mucho a mi tierra; además, los que quieren comprar mi artesanía me buscan acá porque mis productos son buenos”.
Solo uno de sus cuatro hijos aprendió los oficios de la alfarería; hubo una época en que lo asistía. “Pero actualmente ya no trabaja con el barro. Lo más bonito de ser padre es darles educación a los hijos y verlos crecer sin que les falte nada; lo más difícil es hacer que el dinero alcance; en primaria no gastas mucho, pero luego en secundaria se gasta más, y entonces hay que trabajar más… Enamorarme de mi esposa y tener hijos fue lo más bonito que me pasó en la vida.