Las aves gigantes que desafiaron la arena

Crónica
Un zoocriadero en el desierto de Lambayeque demuestra que la sostenibilidad puede prosperar, mientras avestruces y emúes se adaptan a su nuevo hogar peruano.
Archivo JPGE del Las aves gigantes que desafiaron la arena
Archivo JPGE del Las aves gigantes que desafiaron la arena
Archivo JPGE del Las aves gigantes que desafiaron la arena
Archivo JPGE del Las aves gigantes que desafiaron la arena
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4 de diciembre de 2025 - 6:00 a. m.

Chiclayo. - El viento del desierto sopla con calma y levanta remolinos de polvo sobre amplios corrales de madera instalados en el distrito chiclayano de San José, departamento de Lambayeque. A lo lejos, se escucha un sonido gutural que parece un tambor: es el llamado del emú. En medio del paisaje árido y el brillo del sol, las largas siluetas de los avestruces cortan el horizonte. Así comienza cada día en el zoocriadero Avestruces Perú, un espacio donde la tenacidad humana y el acompañamiento técnico del Organismo de Supervisión de los Recursos Forestales y de Fauna Silvestre (OSINFOR) han convertido la arena en un refugio de vida.

Un sueño que nació en el desierto
Corría 1995 cuando Ricardo Castañeda y su esposa Yolanda decidieron dejar la ciudad y apostar por un sueño improbable: criar aves gigantes en un terreno baldío junto al mar. Con esa fe refugiada en lo desconocido, trajeron once crías de avestruz desde California, Estados Unidos, y las cuidaron dentro de su casa como unos miembros más de la familia.

“Cada nacimiento era como el de un hijo. Los cuidamos en nuestra casa, dormíamos junto a ellos, nos desvelábamos para vigilarlos día y noche. Era todo nuestro patrimonio en juego; más que hijos, eran nuestra vida”, confiesa Ricardo, quien a sus 75 años ha visto germinar la esperanza en la aridez.

Hoy, tres décadas después, el zoocriadero alberga más de 200 ejemplares entre avestruces (Struthio camelus) y emúes (Dromaius novaehollandiae), ambas especies provenientes de otros continentes.

Gigantes adaptados al bosque seco
Los avestruces, originarias de África, pertenecen a la especie de ave más grande que existe con vida: un macho adulto puede alcanzar hasta 2.80 metros de altura y pesar más de 150 kg. No vuelan, pero con sus largas patas son capaces de alcanzar hasta 70 km/h en cortos trayectos.

Los emúes, originarios de Australia, constituyen la segunda ave más alta del mundo; alcanzan 1.80 metros de altura y 50 kg de peso. Su característico sonido gutural —una especie de tambor sordo—, según cuenta Yolanda, “sirve para distinguir machos y hembras, aunque a veces ni ellos mismos abren el pico al hacerlo”.

Estas especies se han adaptado al clima costero del norte peruano y hoy constituyen un ejemplo de manejo responsable en condiciones controladas. “Estas aves son tan norteñas que les gusta descansar bajo la sombra de árboles de algarrobo. Son aves del sol y del silencio; me transmiten paz y tranquilidad”, dice Yolanda, mientras sostiene un huevo de avestruz que pesa más de dos kilos y equivale a veinticinco huevos de gallina.

Buenas prácticas y compromiso sostenible
Durante la última supervisión del OSINFOR se constató que este zoocriadero mantiene sus ejemplares en buenas condiciones, brindando una adecuada alimentación. El centro cuenta con infraestructura idónea para estas especies, corrales amplios, un área de cuarentena y un tópico veterinario.

“Este zoocriadero cumple un rol muy importante en la conservación de la biodiversidad y en la educación ambiental. Las orientaciones técnicas del OSINFOR han contribuido a mejorar su infraestructura y el bienestar de las especies, cumpliendo con la normativa. Además, dinamiza la economía local al recibir turistas, estudiantes y familias, promoviendo un turismo sostenible”, explica Fredy Palas, coordinador de la Oficina Desconcentrada del OSINFOR en Chiclayo.

No le falta razón. Este lugar se ha convertido en un centro de educación ambiental y turismo sostenible, donde cada año reciben más de 3000 visitantes de diferentes regiones que vienen a conocer de cerca a estas aves gigantes y aprender sobre la biodiversidad y el respeto a la fauna.

“Ya no necesitan viajar a África o Australia para ver aves gigantes. Las personas aprenden a quererlas, a respetarlas y entienden que la fauna silvestre también tiene su lugar en nuestras vidas”, cuenta Ricardo, mientras un avestruz se aproxima, curioso, a la cerca que evita que salga corriendo.

Las visitas incluyen recorridos guiados, talleres educativos y la posibilidad de degustar platillos preparados con carne y huevos de avestruz o emú, una alternativa saludable y nutritiva con bajo contenido de grasa. Además, la familia Castañeda promueve el aprovechamiento responsable de los huevos no fértiles, cuyas cáscaras se transforman en artesanías finas, lámparas y recuerdos turísticos elaborados por artesanos locales.

Cuando el sol se apaga tras las dunas, los avestruces y los emúes se agrupan en silencio. Entre los sonidos del viento y el batir de alas, el zoocriadero Avestruces Perú se mantiene en pie como un testimonio de constancia: el lugar donde la arena se volvió fértil y la esperanza tomó forma de pluma. Gracias al compromiso de la familia Castañeda y al acompañamiento técnico del OSINFOR, este rincón del bosque seco demuestra que la sostenibilidad no solo se cría, también se hereda, como un legado vivo que sigue caminando sobre la tierra cálida del norte.