Historia de La Punta - MDLP

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1 de enero de 2024


Las primeras menciones de la punta



Como siempre sucede al buscar información sobre Historia del Perú - donde los acontecimientos aparecen inciertos, rozando lo fantasmagórico - debemos remontarnos a los Cronistas.

En este caso es uno tardío, el vanagloriado padre Jesuita Bernabé Cobo, que entre las cuantiosas descripciones y remembranzas de nuestro país a mediados del Siglo VXII, nos llega la más remota información de La Punta en su "Historia de la Fundación de Lima" (1639), donde menciona que los primeros habitantes de esta zona fueron unos pescadores denominados "Pitipiti", que vivían en modestas chozas rurales asentadas en "la punta de tierra firme", que, presumiblemente, sería la actual y famosa Playa de Cantolao. Casi en cien años después, el Ingeniero francés Francisco Amadeo Frezier, en libro "Viaje de Exploración a la América Sur" (1716), señala en el mapa lo que sería posteriormente La Punta como "punta del Callao". Varias décadas más tarde, ya en 1774, la geografía de La Punta aparece delimita en el mapa "El Puerto del Callao", pero sin denominación alguna.

Todavía en época Colonial encontramos que una hilera de ranchos de pescadores denominados "Pitipiti Viejo" y/o San Miguel de Mancera unían a La Punta y al primigenio Puerto del Callao. Aquéllos se iniciaban por la puerta mancera, la cual se encontraba flanqueada por el baluarte de San Luis y concluían en la Playa de la Arenilla y en la Playa de San Lorenzo (en la actualidad Playa Cantolao).

En el año de 1836 encontramos que La Punta y Bellavista son integradas como parte de la Provincia del Callao. Sería el 22 de abril de 1857 que un agradecido Ramón Castilla declara al Callao Provincia Constitucional, título que mantiene, adjudicándole el rango de departamento. Por último, el 18 de Noviembre de 1889, durante la presidencia de Andrés Avelino Cáceres - denominado "El Brujo de los Andes" durante su heroica participación en la Resistencia de la Sierra contra los chilenos - se fijarían los límites del Callao, dentro de los cuales se incluye a La Punta.

La última referencia que encontramos de nuestro Distrito, antes que fuese creado, data de 1910. El Directorio Anual del Perú, escrito por Pedro Paulet, señala que La Punta está formada por dos calles principales (Jirones Medina y Sáenz Peña), dos secundarias (Jirón Ucayali y la otra sin nombre) y una ancha y frondosa Plaza con elegantes hoteles y ranchos, para el beneplácito de los iniciales aventureros, ávidos incursionistas de verano.


Historia por: Fabrizio Tealdo Zazzali


De los baños al distrito



Los tan connotados y siempre recordados Baños de La Punta se establecieron a mediados del siglo XIX.

Tal fue la acogida que tuvieron que, según se refiere Agustín Tovar Albertis, se solicitó y concretó la donación de los rieles usados en el acarreo de materiales para la construcción de la Penitenciaría de Lima, y con ellos se implementó una vía de tracción animal entre la calle Paz Soldán del Callao y los baños punteños, con la finalidad de facilitar el acceso de veraneantes.

Después de décadas de agobio del país, entre las cuales libramos dos Guerras: con España y Chile – de contrastables desenlaces, memorable victoria heroica y derrota absoluta, respectivamente -, los años de estabilidad aparente retornaron al Perú y la acogida de los Baños de La Punta renació con ella. Su auge aumentaba con el paso del tiempo, es así que, en las postrimerías del Gobierno de Remigio Morales Bermúdez, el 13 de febrero de 1894, se autoriza a la Empresa del Ferrocarril a extender su servicio hasta el entonces caserío de La Punta, para que más limeños pudiesen disfrutar de los afamados baños, con todas las facilidades de transporte que el lugar y la gente merecían.

Gracias a la ampliación del servicio ferrocarrilero, La Punta, como Balneario, comienza a tomar importancia en el 1985, ya que, por aquellos años, concurrían ingenieros y empleados de la Empresa del Muelle y Dársena, así como los de la Compañía Inglesa de Vapores, para disfrutar al unísono de las jóvenes y hermo9sas playas, mientras la Isla San Lorenzo los protegía paternalmente aguaitando desde un rincón.

A pesar de la trascendencia turística de La Punta, sería recién en 1889 cuando forma parte de la historia del Callao, llegando a establecer una unidad geográfica y una misma administración política y judicial.

La gran concurrencia al Balneario punteño trajo como consecuencia la construcción de cuatro hoteles: El “Gran Hotel”, que desgraciadamente se destruyó a consecuencia de un incendio en 1914. (El fuego se estaba propagando a gran velocidad, por lo que la marinería debió cortar el edificio en dos partes para que el incendio se detuviese. Obviamente el recinto era de madera, lo que le facilitaba la misión a las llamaradas. Aquel día Amelia Vargas celebraba su luna de miel, la que se efectuó, literalmente, entre llamas). El “Gran Hotel” y el Hotel “Eden”, ambos administrados por el eternamente recordado don Luis Giampetri. El “Bristol”, propiedad del Dr. Paulino Fuentes Castro; y el “Internacional”, de Don Luis Martinot, ciudadano francés. El favorito de los ingleses era el Hotel Internacional, donde se celebraban suntuosas y largas fiestas durante los meses de temporada en el verano, que podían comenzar, o concluir, con un partido de fútbol por la mañana. Del otro lado encontramos a las familias peruanas, las que preferían alojarse durante los meses de vacaciones en el Hotel Bristol, conocido por su espléndida cocina.

Paulatinamente los mares de La Punta fueron tomando más prestigio, por lo que comenzó a ser recurrentemente visitada por la aristocracia de comienzos del Siglo XX. Las más connotadas personalidades de la otra Ciudad de los Reyes poseían sus casas de veraneo en La Punta, entre éstas encontramos a una de las grandes personalidades políticas del siglo XX, y, además dos veces presidente de la Nación, el civilista José Pardo y Barreda, quien pernoctaba en los que ahora el Malecón Pardo, apelativo de bautizo que detenta, evidentemente, en su honor. Fue en la década de 1910 cuando nuestra casa deja de ser un humilde caserío de pescadores para tornarse en un bello balneario frecuentado por las familias de alta alcurnia, que venían en verano a La Punto y en invierno iban a Chosica – como recordaba su niñez el escritor Alfredo Bryce Echenique. Debemos recordar que los lujosos Baños de La Punta se prolongaron hasta mediados del Siglo XX, por lo que la presencia de Bryce es comprensible.

Gracias al creciente prestigio de La Punta y tras intensas gestiones de honorables personalidades chalacas de la época, como fueron: don Antonio Miró Quesada de la Guerra, don Agustín Tovar, don Alberto Secada Sotomayor, don Rafael Grau - hijo del Cabalero de los Mares, Miguel Grau -, don Francisco de Alberti, entre otros, lograron que el 06 de octubre de 1915 durante el segundo período presidencial de José Pardo y Barreda, mediante Ley 2141, se creara el Distrito de La Punta, ley por la cual también se legalizaba el nacimiento del distrito de Bellavista. El nacimiento del distrito de La Punta coincide, anecdóticamente, con el traslado de las instalaciones de la Escuela Naval del Perú a La Punta.

De esta forma, tras presiones "oligarcas", con el mismísimo presidente apoyándolas, se inicia la vida oficial del Distrito de la Punta. Por aquel entonces La Punta contaba con aproximadamente cien casas, denominadas ranchos, construidos completamente de madera y que, por lo general, eran alquiladas u ocupadas por sus propietarios durante la temporada de verano. La población punteña permanente era tan escasa que podemos mencionar a cada una de aquellas familias patriarcales: Antola, Arenas, Astorga Cichero, Barragán, Calvo, Carcovich, Carpio River, Castagnetto, Chiabra, del Pino, Durán, Fuentes Castro, Giampietri, Ísola, Lanatta, Martinot, Matti, Muro, Noziglia, Plaza, Piaggio, Price, Rospigliosi, Sáenz, Savastano, Secada, Silva, Ventura, Solf y Muro, Taboada, Tovar, Valle Riestra, Wiese, Ziegler; a quienes se añadiría, seguramente, la familia Pardo y Barreda, sino fuese por las atareadas labores del presidente fundador en la Casa de Pizarro. También eran residentes permanentes los regnícolas Gómez Chepote, Huapata y Salazar Balandra.

En 1895, un censo realizado señaló que en la Punta habitaban 295 personas, lo que nos hace prever que debió haberse llevado a cabo en verano, dado que durante el siglo XIX la población punteña era mucho menor que la antes mencionada. Las migraciones provenientes de Lima y Callao se inician en los primeros años de la pasada centuria, gracias al donaire que ya portaba el hasta entonces balneario de La Punta de tal forma, un grupo de vecinos, guiados por el longevo don Agustín Tovar, quien era Senador de la República, conformaron un comité con el objetivo de mejorar las condiciones sanitarias y el ornato del distrito, que posteriormente formularía el primer Plan de Obras Públicas de La Punta. Podemos ver como la legalización del distrito cosechó de inmediato frutos. Lastimosamente don Agustín Tovar falleció, por lo que Ramón Valle Riestra asume a presidencia de dicho Comité. Es así que el 17 de octubre de 1915, en conmemoración al distinguido Agustín Tovar Albertis, se instala el primer Concejo Distrital de La Punta, conformado por las siguientes personalidades:

  • Alcalde Comandante Ramón Valle Riestra
  • Síndico de Rentas Señor Ventura Martínez
  • Síndico de Gastos y Tesorero Señor Claudio Wiese
  • Concejales Doctor Carlos Arenas Loayza y señor Aquiles Carcovich
  • Secretario Don Aníbal Secada Sotomayor

Adicionalmente, se designa al señor Héctor Cevallos como delegado ante el Concejo del Callao. Mientras que el comisario pdmigenio fue Pedro W. León, quien es-tabla cargo de cuatro guardias asignados por el Callao. Información que nos confirma que la seguridad y calma en La Punta nacieron junto con ésta, y, aparentemente con mayor eficacia, lo que la convertiría casi en una fortaleza infranqueable, dado que 32 casas contaban con daca guardias a su merced o, si prefiere, un vigilante para seis casas y media.

Don Aquiles Carcovich asume la Alcaldía en 1916, ya que el comandante. Valle Riestra fue nombrado Prefecto de Ica. A pesar de ello en 1917 reasume el cargo reflexionando ante el nombramiento que le había otorgado la Junta de Notables.

Dicho Concejo dio de inmediato inicio a las Obras de Agua y Desagüe para mejorar las condiciones del distrito. El diseño de La Punta y de sus calles rectas que forman cuadriláteros perfectos le fue encargado en 1916 a Fernando Carbajal. La pequeña dimensión de La Punta, su escasa población y el estar alejada de la capital permitieron que no se respetaran los principios urbanísticos y de tránsito imperantes en la época, en el que el damero estaba devaluado como principio de construcción urbana, pues fomentaba el desorden y el atosigamiento. Sin embargo, tal elección fue la ideal, dado que el orden de nuestro distrito prima hasta la actualidad, contrastando con el caos limeño. Los nombres de aquellas calles fueron alguna vez los siguientes. Fanning se llamó lquique; Bolognesi era Gamarra, pero antes tuvo el nombre de Ferrocarril, dado que por ella daba ingreso al distrito dicha máquina; Grau fue alguna vez Ucayali; Tarapacá siempre tuvo el mismo nombre; Tovar, calle tardía, ya que antes de que se construyese el rompe olas fue parte de la Playa de la Arenilla, siempre fue Tovar; Medina fue bautizada como Calle 1, suponemos que se le llamó asi por ser la primera calle transversal del distrito si se comienza a contar desde el Malecón Pardo; Sáenz Peña era conocida como Vigil, Larco tenía el nombre de Zaragoza; Arrieta tuvo el nombre de Ortega; García y García el de Negrete; a More le sucedió lo mismo que a Tarapacá, su nombre nunca fue cambiado; Teniente Palacios tuvo el ameno nombre de Barrios Sal; La Rosa fue lo que hoy es Ferré; Taramona lo que hoy se conoce como Elías Aguirre; Gálvez tuvo el nombre de Valle; mientras que Valle, la actual, antes fue Olaya; el Malecón Figueredo, la calle donde se encuentra la Playa de Cantolao, siempre fue conocida como tal; finalmente, el Malecón Wiese nunca tuvo otro nombre, aunque era llamado popularmente Malecón Mar Brava, Estos son, y fueron, los nombres de las calles de La Punta.

Como consecuencia del nacimiento del Distrito de La Punta se creó la Sección de Registros de Estado Civil y Estadística, donde se asentarían los nacimientos, matrimonios y defunciones próximos que se diesen en la diminuta península. Don Aníbal "chino" Secada fue el primer supervisor de dichos registros, siendo el bautizo de aquellos el nacimiento de María Concepción Garda y Basurto, el 08 de noviembre de 1915. La primera defunción correspondió al pescador Jacinto Gómez Chepote, de 20 años, signado el día 23 de diciembre del mismo año. La floreciente Municipalidad punteña se vistió de gala para celebrar la ceremonia del Matrimonio Civil entre don Alberto A. Bonelli y Victoria con la señora María C. Bonelli y Vivanco, hospedados en el Hotel Internacional. Seria recién en 1925, diez años más tarde que las mencionadas líneas atrás, cuando se realizaría el primer bautizo y, un mes después, el primer matrimonio religioso, ambos celebrados por el vice-párroco Leocadio Mendoza. El artífice de aquel fue Isabel Norris Reaño, el 13 de febrero, siendo los padrinos Carmela Tirado y Manuel Ontaneda. La pareja que consumó el primer santo matrimonio efectuado en La Punta fueron don Andrés Razetto y Cabrera y doña Inés Temoche.

El Palacio Municipal fue construido en época del Alcalde Luis. N. Larco del valle, en el mes de diciembre de 1919, gracias a una importantísima y cuasi imprescindible donación de cien mil soles de uno de los banqueros insignes de aquel entonces y benefactor del distrito, don Augusto N. wiese.

Corriendo por la década del veinte, encontrarnos que todavía existía en La Punta el Hotel Rivera Palace, que contaba con un gran prestigio social en la capital peruana, ganado por su suprema belleza y elegancia. En consecuencia, de ello, aquel sería elegido en 1926 para que se realice el primer concierto de jazz en Perú, ante el regocijo de aristócratas que pudieron admirar en vivo por vez primera el fenómeno musical que ya se desataba hace años en Estados Unidos.

En nuestro amado país las crisis económicas son una secuencia cíclica, por lo que La Punta, a pesar de su auto exilio - acercándose a lo provinciano - del centro citadino, no podía ser la excepción a tales acontecimientos. Uno de ellos sería durante la gestión de don Andrés Noziglia, quien, ante el cariño desaforado hacia su casa predilecta, avaló las deudas de manera personal. El balneario fue pavimentado en los albores de la década de los veinte, durante la administración de don Luis T. Larco Ferrari.

En 1920 el Concejo Distrital, precedido por Luis T. Larco, otorga a la Compañía de Inmuebles una zona de la playa en La Punta-Punta Chica, para que se establezcan los nuevos Baños Públicos del Distrito-Balneario. En 1940 ésta vende el establecimiento de los Baños - conformados por el muelle y plataforma de madera con pilotes de rieles de acero, cuartos, servicios y dependencias - a don Antonio Giol. Dos años más tarde - cuando el Perú era abatido, no sólo como el resto del Mundo por la misérrima Segunda Guerra Mundial, sino también por un enfrentamiento contra Ecuador que traería saldos bélicos favorables - los señores concejales: Tirado, Arata, Lanata y Choza, presentaron para que el Concejo tomase un acuerdo determinando el plazo de concesión a la Compañía de Inmuebles, puesto que el mismo no se había llegado a precisar. Para concretar la municipalización de los Servicios de los Baños era indispensable que el (primer) Gobierno de Manuel Prado declarase dicho inmueble como bien de utilidad pública y se autorizase la expropiación para que fuesen entregados a la municipalidad, dado que la escritura de cesión del 17 de julio de 1920 no podía ser a perpetuidad y que, es más, tales plazos vencían a los diez años. La tramitación se efectúa el 14 de mayo de 1 943, anulando la cesión y municipalizando los Baños del Balneario previo pago de su justísimo valor. Los mismos fueron otorgados a un concesionario durante dos años, que sería, nada menos, que don Antonio Giol.

La inauguración de los Baños Municipales se realizaría el veintiséis de diciembre del mismo año, aunque por aquel entonces La Punta iba siendo desplazada por otros balnearios, por lo que la crema y nata Limeña comenzó a pasar los meses de temporada en otras playas más alejadas del centro. Centro que en los cuarenta ya se expandía en espiral, dadas las masivas migraciones de provincias hacia Lima. Por ende, los Baños Municipales no tuvieron la acogida que se auguraba inicialmente.

Historia por: FabrizioTealdo Zazzali


La Punta en la Gran Historia



Es deber de todo punteño saber que su Distrito ha sido escenario de acontecimientos decisivos en la historia de la República del Perú; y, como mencionamos en el título, de la gran historia, ese cuerpo pletórico en el que brillan los grandes hombres de uniforme y fusiles, de terno y palabras.

Evidentemente el más connotado es el del Combate del Dos de Mayo de 1866. Eran épocas de "bonanza" para el Perú, principal y casi y exclusivamente por la explotación del guano de las islas del litoral, que era requerido en dimensiones superlativas para ser usado como fertilizante en Europa. Durante el gobierno de Pezet surgen controversias con España, pues exigían que se les pagase la deuda de Independencia. En el transcurso una flota, aparentemente científica, pero que en realidad era una armada de guerra, tomó las islas de Chincha, principal fuente de ingresos fiscales de la Nación. En consecuencia se firma el Tratado Vivanco-Pareja, considerado denigrante y lesivo para el Perú, por lo que Mariano Ignacio Prado encabeza una revolución que destituye a Pezet y anula el Tratado, declarándosele la guerra a España - o al menos a una escuadra española -. Ninguno de los países Latinoamericanos tenía las condiciones bélicas para enfrentarse a la Nación peninsular de Isabel II, por lo que se formó una cuádruple alianza de Estados Sudamericanas: Perú, Chile, Ecuador y Bolivia, donde preponderaban las dos primeras. Se libraron duros enfrentamientos en diversos flancos del litoral americano, pero la guerra se definiría el dos de mayo de 1866.

La Punta ayudó por su ubicación geográfica estratégica en la consolidación de la victoria. Si bien es cierto que la flota española representaba un peligro y un atentado contra la libertad de los países americanos, debemos reconocer que España no pretendía retomar sus posesiones coloniales, pues simplemente no tenían la cantidad suficiente de tripulación para hacerlo. Desembarcar hubiese sido un suicidio. Lo que no podemos negar son las intenciones ibéricas de sacar provecho económico, tanto con la deuda de Independencia como con el guano peruano. El Combate se libró apuntando hacia el flanco sur, aprovechando la posición de la Fortaleza del Real Felipe - baluarte de la Colonia heredado por las huestes militares peruanas hasta hoy - y la colocación de torreones en el mismo flanco. Tal estrategia pudo darse porque a la armada española le resultaba imposible bordear La Punta - excepto que lo hubiesen hecho por detrás de las dos inmensas islas que nos protegen, movimiento lento, predecible y difícil, por ende infructuoso -, puesto que el subsuelo entre la península y la ínsula es de poca profundidad - de ahí el porqué de la existencia del Camotal, breve elevación del minúsculo subsuelo, último refugio para los tablistas punteños -, por lo que los barcos encallarían si intentasen surcarlo. Esta característica geográfica permitió que la mayoría de fuerzas se aglomeraran en un solo sector, aparte de una batería que se colocó por precaución en el flanco posterior al del ataque central. El Combate mar-tierra se iniciaba con condiciones favorables para las tropas americanas - en su mayoría peruanas -. Además, La Punta fungió como zona de ataque, donde se situaron varios frentes de lucha: En lo que hoy es el Regatas Unión estuvo ubicada la Torre de la Merced, colocándose dos cuerpos giratorios del sistema Armstrong calibre 300. A su vez, la Batería Abtao estuvo emplazada en la zona actual del Malecón Figueredo y Jirón More. La Batería Chacabuco se encontraba entre las dos mencionadas, también en Cantolao. En el otro flanco, apuntando al norte, se ubicaba la Batería Zepita, en el actual Malecón Wiese y Jirón Tnte. Palacios.

Debido a que la Torre de la Merced no había sido terminada, quienes en ella combatieron lo hicieron al descubierto. El entonces Secretario de Guerra, don José Gálvez, combatió desde dicha torre. Al segundo disparo de los españoles, a los cincuenta minutos de combate, rompieron los fuegos y desplegaron la bandera peruana, desatándose una explosión que inutilizó la Torre de la Merced y al unísono murieron veintisiete combatientes, entre ellos José Gálvez - por esta razón el dos de mayo de 1945 se inauguró en el mismo lugar un obelisco que perpetúa su importancia histórica, y el 8 de julio se coloca en la Plaza de entrada de La Punta un busto en honor a José Gálvez, motivo por el cual aquélla lleva su nombre -. La destrucción de la Torre consistió una importante mella para las fuerzas de los americanos y el peligro ante una derrota aumentó considerablemente, pero, tras horas de lucha ardorosa, el ejército nacional logró vencer a las fuerza españolas y solemnizar el dos de Mayo como día histórico, escribiendo una de las páginas más ilustres de la historia del Perú y América Latina, donde una sobresaliente punta, al parecer insignificante, jugó un papel primordial en la redacción florida de sus valientes líneas.

Trece años después La Punta volvió a presenciar otra guerra, sin la misma suerte que en la anterior. Los chilenos se disponían a ocupar Lima, y el primer escenario de esta tentativa fue el Puerto del Callao. De inmediato se fortifica esta zona para detener a los mapochos. El Real Felipe volvió a ser el centro de defensa. "Después (1879) se colocaron en la punta dos cañones Delgran de a mil, ánima lisa, y dos baterías más con 9 cañones inoperantes para resistir el ataque de la artillería nueva. Existían también, aunque casi destruidas, las baterías que se construyeron en 1866, a saber: al sur la torre de la Merced, blindada, con 2 cañones de a 300, sistema Armstrong; la batería Abtao con 6 piezas de a 32, ánima lisa..." El 22 de abril se inicia la lucha en el Callao, mediante tiroteos entre ambas escuadras. Fueron enfrentamientos leves y esporádicos, sin mayor consecuencia. "Los habitantes se acostumbraron tanto al estallido de las bombas enemigas, que muchas familias, que abandonaron sus hogares, temiendo el incendio o la destrucción, regresaron de a poco y vivían tranquilas." Tras cañonear el indefenso Puerto de Ancón, el día 27 de mayo las fuerzas chilenas disparaban sobre el Muelle Dársena y sobre la población de tierra, y el 29 culminaron su ataque deponiendo a parte de la escuadra peruana.

Setenta años después La Punta fue el escenario de la Revolución del 3 de octubre de 1948. Corría el tercer año de gobierno del presidente Bustamante y Ribero, que ascendió al poder gracias al apoyo aprista en las elecciones, denominándose al Partido Frente Democrático Nacional; una alianza de partidos. Se desató una grave crisis económica y social, a lo que se sumó un conflicto político, tras los cuales el presidente decide anular el Congreso y colocar un Gabinete Ministerial del Ejército. Con ello el APRA pierde sus beneficios, razón por la que se desata la "Revolución".

En la madrugada del 3 de octubre la gran mayoría de la Plana Menor de la Marina: Marinería y Suboficiales, militantes apristas, se sublevan. Una de las primeras acciones fue tomar prisionera a las Plana Mayor de la Marina, quienes fueron encerrados en la casa de nuestros vecinos los Zagal mientras se efectuaban las negociaciones. Alrededor de las doce del día el asunto se puso serio. Llegan el Ejército y la Fuerza Aérea a deponer a los sublevados, siendo el foco del fuego el Cantolao. Tras una lucha intensa que duró todo el día, la Fuerza Armada envía un ultimátum a la Naval, en el que decía que de no rendirse bombardearían la Escuela, puesto que el ingreso a ella se les estaba haciendo muy complicado, además de estar luchando en zona poblada. Los marinos sublevados decidieron rendirse.

Fue espantoso. Se les había prohibido a los residentes abandonar o ingresar a La Punta. Entretanto, punteños curiosos no pudieron resistir la tentación y se acercaron, con mucho cuidado, eso sí, al Cantolao para ver cómo iba la cosa. Tanques cruzaban las calles entre balas silbando hacia todos los rumbos y a estos imprudentes se les ocurre... Detonante realidad virtual. Evidentemente hubo muertos y heridos civiles. Fallecieron Lorenzo Giraldo y Julio Piachigua Cárdenas, cofundador de la Compañía de Bomberos de La Punta. Otros fueron heridos por balas que les rozaron y a Jorge Pardo Figueroa le atravesó una el vientre, afortunadamente sin tocar ningún órgano vital. El traslado de los heridos era complicadísimo, pues, como ya mencionamos, no se permitía a nadie salir de La Punta, mucho menos en vehículos. Sin embargo, un grupo de amigos logró trasladar a Jorge al Callao, donde fue auxiliado.

Imaginamos debió haber sido un momento terrible, en el que cualquiera entraría en pánico. Pero, los punteños tienen esas cosas, nos cuentan que unos esposos recién casados, en vez de cuidarse a sí mismos, estaban muy preocupados por sus familiares que vivían en el Callao, y en medio de la zona de guerra fueron a verlos. La madre llevaba un bebe de meses en brazos. Luego, pues su familia chalaca se encontraba muy bien, no se preocupen, regresaron a su casa, refugiándose de las balas entre las cornisas de las casas. Hora y media después estaban a salvo, ilesos. O esta otra, en la que un grupo de vecinos se acercaron a un soldado que había colocado un mortero en la cancha de la Calavera, y le dijeron que si podía, por favor, ponerlo un poco más lejos. Habrase visto y el soldado los mandó... De inmediato el militar se dispuso a atacar con el susodicho mortero, que escupió la bomba a no más de treinta metros cayendo en el mismo sitio de donde había partido. Nada de ¡Boom!, la bala cayó como piedra sin causar daños. ¿Qué cara habrá puesto el pobre hombre? Este tipo de cosas suelen suceder en La Punta en medio de una Revolución.

Historia por: Fabrizio Tealdo Zazzali


La Cruz de La Punta



Inciertos aparecen los inicios de la Cruz de La Punta - Punta, (al designar La Punta - Punta nos referimos a la parte más alejada de La Punta, es decir al final del distrito, territorio ventoso, frío, inexpugnable) por ende su existencia se encuentra rodeada de una nube que la hace borrosa para los ojos del presente.

Probablemente, se presume, fue colocada en dicho lugar como consecuencia del terremoto y maremoto del 28 de octubre de 1746. Pedro Huapaya, centenario morador de La Punta de antaño, nos indica que en 1860 la Cruz ya estaba situada en su lugar. Una versión similar nos entrega Víctor Reyes. Lo que sí podemos asegurar es que desde mediados del Siglo XIX la Cruz ya se hallaba en el extremo de La Punta, frente al paso marino entre la Isla San Lorenzo y La Punta, por lo que la versión inicial de su nacimiento posterior al desastre de 1746 debería ser la correcta, dado que ningún otro acontecimiento acaecido en el Distrito se presenta tan propicio como aquel para la aparición de La Cruz.

Después de su creación cuasi mitológica la Cruz de La Punta - Punta atravesó diversas peripecias, que en términos teatrales podríamos describirlas como cómicas. Una de ellas ocurrió en 1904. Para festejar el entierro de Ño Carnavalón se levantó un castillo de fuegos artificiales, pero, ante el asombro de los veraniegos, aquel se desplomó cayendo sobre La Cruz, pero sin afectarla en lo más mínimo - fervientes católicos deben haberse dado golpes en el pecho mientras alababan la grandeza de la Santísima Trinidad -. Once años más tarde, en 1915, una braveza atacó las orillas de La Punta y el mar se llevó con él al fondo de las aguas la venerada Cruz. Obviamente, tamaña herejía no podía ser aceptada, por lo que cuando don Leocadio Mendoza se hace cargo de la Parroquia de La Punta convoca de inmediato a un grupo de devotos para colocar de nuevo la Cruz en su acostumbrado lugar. Sin embargo, cuando la Escuela Naval se aloja en La Punta, ocuparía el lugar donde la Cruz estaba ubicada. En 1920 el profano mar atacó con otra braveza, volviéndose a llevar la Cruz y destruyendo la base de apoyo de ésta. En consecuencia, la nueva Cruz permanecería por cuatro años en la Iglesia de La Punta, hasta que una Resolución del Ministerio de Marina - apiadándose de los piadosos punteños - dispuso que los fieles pudieran ingresar a la Escuela Naval en la Fiesta de la Cruz y devolverla a su acostumbrado paraje.

La Cruz de La Punta - Punta sigue contando con un importante número de fieles que la celebran. Es así que cada primer domingo del mes de abril la Cruz es llevada a casa del mayordomo de la misma en el Callao, donde se le remoza, pinta y "vela". Los agasajos organizados por el Gremio de Pescadores hacia la figura religiosa están acompañados por fuegos artificiales que se queman en su honor. El devoto homenaje de la Cruz dura hasta el segundo domingo de mayo, cuando la Cruz retorna a su lecho en La Punta, después de haber concurrido a las Misas en la Iglesia de La Concepción, Iglesia de Santa Rosa y, finalmente, en el Templo del Sagrado Corazón de Jesús en La Punta, momento en que se inicia la procesión con el repique de campanas, bombardas y banda de música por las calles del distrito, culminando el peregrinaje anual de la Cruz en la peana de La Punta - Punta. Todo termina pero la Cruz queda siempre en su lugar, aguardando dormida - merecido descanso - a sus fieles por once meses cuando la despierten para que comparta sus dotes mágico-religiosos-punteños con los vecinos del Callao.


Historia por: Fabrizio Tealdo Zazzali


Los Carnavales y Ño Carnavalón



Cuando el sol atacaba por el verano La Punta renacía cíclicamente cada año junto con aquel. El ínfimo distrito rebosaba de limeños que accedían a sus playas para escapar por un tiempo del ajetreo citadino, cobijándose bajo las delicias punteñas.

El momento de máximo regocijo y festejo llegaba durante la época de carnavales - acontecimiento que maximizó la fama de La Punta, ya prestigiosa de antemano gracias a la belleza y tremenda acogida de sus baños -. Desde antaño era tradicional terminar las celebraciones con el traslado a La Punta de Ño Carnavalón, para enterrarlo y rendir homenaje al Rey Momo.

Cuando el acontecimiento iba a realizarse la afluencia de visitantes era tal que los hoteles y restaurantes no se daban abasto para atender a todos. Por lo tanto se instalaban con anticipación vivanderas en el actual cuadrilátero de la Plaza Grau, consumiéndose durante el día gran cantidad de viandas criollas como: salchichas fritas, choncholíes, picarones, anticuchos, cau-cau, y abundantes litros de chicha, tanto morada, clarito, como de maní, al igual que mazamorra morada. Además de la exquisitez culinaria de la que disfrutaban - y siguen disfrutando - los visitantes, también se efectuaban diversiones populares típicas del Perú como son: las ollas mágicas, carreras de encostalados, regatas, corridas de gallos y demás, mientras todos se preparaban para el acontecimiento central de la fiesta, el entierro de Ño Carnavalón.

El ceremonial era preparado, plena de entusiasmo y cariño, por Ña Chavito, quien, a pesar de no residir en La Punta, se había impuesto la feliz obligación, en la que contaba con el apoyo de los vecinos punteños de aquel entonces. Antes del esperado entierro se pasaba un óbolo a los presentes para que contribuyan y poder repetir la celebración el año siguiente. Las sombras alargadas y el cielo púrpura incandescente que crean un paisaje claroscuro \"de minuto y medio de quince minutos\" (cambiando la frase de Julio Cortázar) avisaban la proximidad del ocaso, entonces se accedía a colocar a Ño Carnavalón encima de un burro, sobre el cual se le paseaba por todo el balneario ante la burla y chacota inmisericorde, cuasi victorhuguiana, de los presentes y se le conducía hasta la playa para proceder a quemarlo. Mientras arden sus últimos minutos de vida grandes y chicos se regocijan, y el brillo del cuerpo incinerándose se une al reflejo de los rostros extasiados reproducidos en el mar, los ojos se deleitan al ver las cenizas de los malos tiempos desaparecer entre la brisa marina, y así esperarán hasta el siguiente año, cuando Ño Carnavalón resucite para morir de nuevo.

Las celebraciones de la tarde - preámbulo a la gran fiesta que se acometía por la noche - eran cuantiosas, pero entre éstas resultaban infaltables, imprescindibles, el clásico "Son de los Diablos" de los negros limeños, con su respectivo cajón y la quijada de burro, las comparsas con diferente disfraces y bailes exóticos que continuaba hasta el amanecer.

Con la remodelación de la Plaza de La Punta se desvaneció la costumbre de la instalación de vivanderas en dicho lugar, por lo que se comenzaron a efectuar en la zona del Malecón Pardo y la antigua Calle Gamarra. Ellas se emplazaban en los lugares citados días antes del Carnaval y permanecían hasta la celebración de la semana santa, momento en que la temporada veraniega culminaba.

Para poder realzar los Miércoles de Ceniza las Empresas Eléctricas de aquel entonces cooperaban con la fiesta colocada iluminación extra, las cuales no eran utilizadas siquiera durante las efemérides patrias. Así mismo, el servicio de tranvías, los trabajos de pavimentación y vehículos de toda especie se incrementaban en dicha fecha para ayudar a los organizadores a poder sobrellevar la carga de tan ambiciosa fiesta. Resulta interesante anotar que, ya que La Punta carecía de agua potable, varios aguateros la transportaban en carretas con forma de toneles desde el Callao. Figúrese lo costoso que resultaba jugar carnavales a gran escala a comienzos del XX. Es por ello que el conflicto era solucionado de manera mucho más barata - es más, gratis -, simpática y efectiva, además de criollamente peruana, simplemente se arrojaba a los participantes capturados a las aguas de los mares de La Punta.

Finalmente, las celebraciones culminaban con la concurrencia a las grandes fiestas, que se llevaban a cabo en los hoteles de la época. Pero, además de los bailes y tertulias, los señores aguardaban ansiosos la coronación de las Reinas del Carnaval, siendo algunas bellezas de la época Alicia Fernandini, Catita Sessarego y Carmen Villamonte.


Historia por: Fabrizio Tealdo Zazzali


Vida religiosa de La Punta



La vida, y en consecuencia la historia, se encuentra en un continuo juego con los designios; dedo de Dios aleatorio que encauza la providencia del espacio designado y a los hombres que lo pueblan... o lo harán luego, ya enarbolados por un impulso interno al alma.

La iglesia de La Punta fue construida en época Colonial, por lo que debió haber sido una de las primeras edificaciones de ésta; en todo caso es la única que aún preserva sus funciones iniciales. Las informaciones acerca de la hermandad fundadora son confusas. Aunque popularmente se le atribuía a los Mercedarios, otras versiones le anexaban el logro a los padres Dominicos. Serían éstos quienes reclamarían el terreno en 1923 al gobierno, instancia que duraría cinco años, cuando toman posesión definitiva de la iglesia de La Punta.

El primer párroco del distrito fue el añorable Monseñor Leocadio Mendoza. Nacido en Yauyos, provincia de Lima, recibió una sólida formación teológica, graduándose como Bachiller en Teología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1915, mismo año en el que se ordena como sacerdote y en el que La Punta es elevada a la categoría de distrito. En 1917 recibe su doctorado. En 1953 fue nombrado Canónigo Honorario de la Basílica Metropolitana de Lima. Es el religioso que más años guió la vida espiritual de los punteños. Por su abnegada labor en La Punta, el Concejo Distrital le otorgó en 1965, año de las Bodas de Oro distritales, una cruz de oro en homenaje a sus Bodas de oro sacerdotales.

Luis Vallejos Santoni fue el segundo párroco trascendental en el entorno religioso del distrito. Chalaco de nacimiento (31 de enero de 1917), realiza sus estudios en el Colegio "San José" de los Hermanos Maristas. Por largo tiempo se dedicó a la vida farmacéutica y al estudio de bioquímica. Ingresa al Seminario tras manifestarle al mismísimo Papa en el Vaticano su deseo ferviente de ser sacerdote; transcribo una frase que él mismo solía repetir a menudo: "El Señor me llamó tarde". Es ordenado en 1957. En 1966 se le nombra párroco de nuestro distrito, labor que cumplió por ocho años, durante los cuales se reconstruyó la antigua iglesia, con el apoyo íntegro de Augusto Wiese, levantándose la que hoy todos conocemos. En 1971 se le nombra segundo Arzobispo del Callao, "continuando su quehacer pastoral en La Punta." En 1974 continúa su misión religiosa como Arzobispo del Cuzco. "Por desgracia, en la etapa más importante y productiva de su labor, tuvimos la fatalidad de perderlo definitivamente, en un trágico accidente de carretera, cuando se encontraba, precisamente, atendiendo la inauguración de una obra de beneficio para la comunidad, auspiciada y hecha en colaboración del Arzobispado del Cuzco, en el muy triste día de junio de 1982."

Como olvidarse, finalmente, del Padre Bruno Secco Stecca, quien dedicó largos años de labor religiosa y social a La Punta. Nace en Lima y se forja en la Escuela Salesiana. Luego, además de su formación teológica y pastoral, se dedica a los estudios universitarios, donde obtiene los siguientes títulos: Dr. en Educación y en Sociología y Profesor de Ciencias Sociales. Antes de trasladarse a La Punta fue Rector de la Universidad Católica de Ayacucho. Además de su guía espiritual, el Padre Bruno fue quien inició la hojita parroquial "Ancla", que cada domingo y días de fiesta informaban a los feligreses los cantos litúrgicos y lo programado para las misas parroquiales. Debemos recordar que la creación de un colegio parroquial en La Punta fue idea del Padre Bruno, que terminaría dando frutos con la construcción del Colegio Parroquial "Clara Cogorno de Cogorno", que actualmente tanto nos beneficia.

El entorno religioso punteño no culmina con lo mencionado. El 4 de febrero de 1927 la Madre Teresa del Sagrado Corazón funda en La Punta, con el apoyo de la arquidiócesis del Callao, el "Noviciado Virgen de la Esperanza" de las Madres Reparadoras, en donde se cultivan mujeres que le entregan su vida a Dios.

En 1986 empezó a funcionar el Seminario para Vocaciones Adultas Juan Pablo II, tres años después transformado en Seminario Diocesano y Misionero Redemptoris Mater y Juan Pablo II, en una pequeña casa de La Punta. En 1992 el seminario asume los tratados teológicos y se le reconoce como "Centro Educativo Superior de Segundo Ciclo de la Educación Superior. En los últimos años de la década de los ochenta, el progreso y crecimiento del seminario los obligó a anexar casas aledañas en las que pudiese desplegarse una formación académica y teológica adecuada. Pero, dado el gran avance que se produjo en 1992, los seminaristas deciden adquirir el Castillo Rospigliosi, que se hallaba en estado ruinoso, siendo remodelado y adecuado hasta que es inaugurado como área académica en 1994. En 1996 el seminario se afilia a la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Urbaniana y en 1998 a la Facultad de Filosofía de la misma. En virtud de ambos decretos, en el seminario se pueden obtener los grados de Bachiller en Sagrada Teología y la misma mención en Filosofía.

Para culminar con los designios providenciales, finalizaremos mencionando los diversos grupos parroquiales existentes en nuestro distrito: Archicofradía del Sagrado Corazón de Jesús, Asociación de la Divina Misericordia; Adoradoras del Santísimo, Eclesial de Base - que brinda ayuda a los necesitados -, Grupo Juvenil Sígueme, Comunidad Eucarística de Betania, Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón, Legión de María, 1ra. Comunidad Neocatecumenal, 2da. Comunidad Neocatecumenal, Movimiento Sacerdotal Mariano, Grupo Matrimonios, Apafa y Hermandad de cargadores y cargadoras de la Santísima Cruz de La Punta, la que merece una mención especial por su carácter legendario. Los inicios de la Cruz de La Punta - Punta aparecen inciertos, pero, aparentemente, habría sido colocada ahí (al designar La Punta - Punta nos referimos a la parte más alejada de nuestra casa, al final de la breve península, territorio ventoso, frío, inexpugnable) tras el maremoto de 1746. Los fieles de la Cruz inician los agasajos a ella el primer domingo del mes de abril y dura hasta el segundo domingo de mayo, tras haber concurrido a las misas en las iglesias de La Concepción y Santa Rosa, y en el templo del Sagrado Corazón de Jesús, para culminar en la peana de La Punta - Punta, regresando la cruz a su lecho de reposo por once meses.

Es así, todos los espacios de la tierra y los grupos que lo conforman están rodeados por designios del pasado, por una fuerza inconsciente del hombre o una superior. Todos los caminos del hombre ya tienen un rumbo, ya sean perfilados por la providencia o por la providencia humana, que vendría a ser lo mismo.


Historia por: Fabrizio Tealdo Zazzali


Vida cotidiana de la antigua Punta



Alejada como siempre, La Punta resultaba - y resulta hasta hoy - un punto lejanísimo para la civilización, que le daba - no sé, les juro que no sé si seguir hablando en pasado o presente - un carácter provinciano.

Allá, por el año 1932, existían dos personajes que se complementaban para traerle a las mujeres algunos de los implementos para sus labores diarias de bordado. A uno de ellos se le conocía como el Samaritano y se encargaba de traer todo tipo de cintas, agujas, dedales y demás implementos, mientras tocaba de puerta en puerta, con su bolsa colgándole en la espalda, sacando los objetos y vendiéndoselos a los hasta entonces escasos punteños. El segundo también tenía un nombre extraño, mas no religioso, pero sí netamente folklórico, se le apodaba el Mercachifle y vendía las telas para los vestidos, que más tarde, después del lonche, serían confeccionados con las mercaderías que ya trajo el samaritano o que vienen en camino; la nena salta de la silla, liviano incendio de costillas frágiles corriendo a la puerta que acaban de tocar.

También por comienzos de los años treinta, antes que hubiese tiendas o bodegas en La Punta, surcaba a diario el distrito una carreta cargada con verduras, las que los punteños debían comprar, cuasi obligados, para ahorrarse el viaje en tren; los privilegiados que tenían auto podían darse el lujo de ir al mercado del Callao. Solucionado el problema del almuerzo y la cena faltan el desayuno y el lonche. La Panadería Osiris le facilitaba a los punteños la dura labor de amanecerse - fatigosa obligación -, ya que ellos distribuían el pan muy tarde en la madrugada, dejando una bolsa con los panes recién salidos del horno en la puerta de las casas de los clientes, que suponemos eran la gran mayoría de los residentes. Junto al pan siempre se encontraba una botella con leche fresca y también diversos tipos de mantequillas, que traían otras carretas - esta costumbre perduró por treinta años, hasta comienzos de los sesenta, cuando niños, ya de otra generación, que ahora son mis tíos, recogían presurosos por la mañana el pan y la leche para el desayuno, y seguían corriendo hasta el cuarto de mamá, a la que movían y movían, para que con ojos legañosos se dirija comprensiva a la cocina a prepararles un par-de-panes con mantequilla y leche caliente -. Para beneficio del dueño de casa al lado del desayuno amanecía también su periódico predilecto - que para muchos es también parte de la primera comida del día -. Los hijos, adiestrados por el tiempo, preferían no tocarlo, de ahí aparecía algún hombre de primera línea con dibujos en el rostro y la ropa convertida en arabesco de colores o el Día D es un avión sobre el sillón, y después correr para esquivar la tunda.

Sería recién en 1933 cuando aparecería la primera verdulería a cargo del recordado don Julio "cascarrabias" Borja. Más tarde la verdulería se ampliaría para volverse también carnicería y bodega. A aquella inicial tiendecita se le sumaría, años más tarde, la de don Lucho Dávila, quien vendía carnes y verduras, encontrándose emplazada frente al actual Colegio Abraham Lincoln. En el año cuarenta se construye el mercado de La Punta, que hasta hoy funciona. (En el mismo año se produce el gran terremoto que estremeció Lima, el veinticuatro de mayo. Tras la posterior retirada del mar, se cuenta que la orilla de piedras creció aproximadamente doscientos metros, viendo el horizonte desde los Baños de La Punta. Inminente amenaza de maremoto que afortunadamente no se concretó, ya que le hubiese causado inmensos e insalvables daños al Distrito). Junto con el reciente mercado vinieron en su compañía numerosas tiendas que comenzaron a apostarse a sus lados, y con el tiempo se fueron convirtiendo en el foco principal de reunión de la juventud de nuestro Distrito.

Debemos apuntar que La Punta no podía ser la excepción del fenómeno de bodegas de chinos, famosos en la Ciudad de los Reyes a partir de finales del siglo XIX y en especial al comienzo del XX, tanto por su inmediata proliferación como por su eficiencia y arduo trabajo. Junto a aquellas florecientes tiendas del rededor del mercado se instala el "Chino" Carlos. Años más tarde, en 1950, un chinito trabajador, el conocido "Chino" Tang, le alquila a Lucho Dávila una de sus bodegas. Un año después llega a ayudarlo su sobrino, el querido Juanito "Chino" Tang, quien continuó trabajando por años en el mismo lugar, ya sin su tío, hasta que a comienzos de los noventa adquiere un terreno - también en Bolognesi, entre los jirones Larco y Arrieta - y elabora su negocio propio.

Retrocederemos de nuevo a la década de los treinta, cuando encontramos que en el año treintidós nace la Farmacia La Punta, siendo sus propietarios la familia Trisano, ubicada en la actual tercera cuadra del Jirón Larco. Luego se mudó unos metros al costado, para asentarse en una estratégica esquina, en Bolognesi, donde hasta hoy permanece. Es relevante señalar que aquella fue la única farmacia existente en el distrito hasta hace muy pocos años, cuando se crearon dos nuevas.

Para que no faltase diversión en casa se levantan dos cines en La Punta. El de más prestigio era el Mayestic, el más popular, ubicado en Medina. Donde hoy se encuentra la vecindad Hollywood estaba el Cine Fregoli - que no sólo era utilizado para ver largometrajes, también como centro de reunión de los diversos barrios, siendo, por ende, testigo de cientos de bromas de "palomillas" y enamoramientos furtivos resguardados por la romántica oscuridad -. Luego cambiaría de nombre a Cine La Punta, aunque era más conocido como "el nido", ya que resultaba ser un verdadero nido de pulgas. Ambos cines desaparecieron en los años sesenta.


Historia por: Fabrizio Tealdo Zazzali


Las Olimplayas



El día de salida se acercaba e iba creciendo un clima de excitación. Los que no tenían plata suficiente conseguían de donde fuese porque no se la podían perder, y si no llegaban a conseguir lo suficiente qué importa, anda nos más compadre, que ahí vemos cómo hacemos.

La fiesta empezaba desde la salida, con centenares de amigos y familiares despidiendo en la Plaza Principal a los que se iban, que ya no aguantaban más la demora y querían irse de inmediato para llegar cuanto antes a las Olimplayas.

Hay que vivirlo para saber lo que es ese ambiente de completa celebración. Desde que subes al bus todo un cántico de gritos a La Punta, orgullosísimos, pero siempre cuidándote de alguna palomillada porque con todos los que tienes acá y con ese entusiasmo hay que estar atento - y no estoy exagerando, 100 punteños al costado son un peligro latente que puede despertar en cualquier momento en una chacota de infinidad inimaginable -. Las Olimplayas eran eso: tres días para divertirse, jugar, bromear en medio de una competencia ardorosa en la que te matabas por defender tu playa, ya fuese en una competencia o en el grito más alto y jovial

Una iniciativa tomada por punteños fue a la larga el germen para la futura creación de las Olimplayas. A mediados de la década de los setenta se funda en La Punta la primera Liga de Tabla del Perú, pero los campeonatos no se organizaban acá, pues las olas no eran las adecuadas para un torneo de esa dimensión; el escenario era la playa Bermejo, y lo organizaba la Liga de Tabla. Evidentemente en él participaba gente de Lima y también del norte. En estos torneos se fue creando el clima ideal en donde surge la idea de organizar las Olimplayas: especie de torneo deportivo, con diversas disciplinas, en el que se enfrentaban balnearios tradicionales del Perú: Colán, Mejía, Huanchaco, Pimentel, Ancón, Tortugas y La Punta, la que fue invitada por intermedio de "Tuti" Risso y Lucho Villar.

La fiesta deportiva no se quedaba únicamente en eso. Los enfrentamientos entre las barras muchas veces superaban en importancia al deporte. Éstas luchaban entre ellas mediante cánticos y mímica en las que se revelaba el ingenio y picardía de los muchachos, improvisando alguna rima que dejaba callado al contrincante, humillado entre risas, y al rato reacciona para cantar: "La Punta, amigo, Huanchaco - ejemplo que se multiplicaba por seis, siempre - está contigo." Pensando que con eso se salvaban pero igual siempre algo se le ocurría a los punteños, un breve "Calla patero" que los dejaba ensimismados de la vergüenza, reducidos infinitesimalmente. ¿Será casual que La Punta siempre haya ganado cómo la mejor barra? - no estoy tomando en cuenta el resultado del año 96, ese robo que se basó más en la coyuntura que en el colorido, el entusiasmo y la alegría.

La fiesta nunca cesaba y los punteños estaban más unidos que nunca - aunque era inevitable que alguno que otro "extranjero" se metiera al grupo de los naranjas, como uno que estaba a mi lado, vestido de verde pero cantando eufórico, que me confesó: "Hermano, yo soy de Pimentel, pero acá está el ambiente" -. La Punta se distinguía por eso, por crear un clima especial en medio de una fiesta; chispa fundamental e inherente que resaltaba en cualquiera de las calles o sectores de la playa, o en ese sector de la fiesta al que los demás terminaban llegando. ¿Qué chica no se moría por regresar a su casa con un polito naranja? Y quizá eso fue lo que creó con el tiempo envidia, que culminó en sentimiento de hostilidad, de las demás playas hacia los punteños.

En 1997 se decidió no invitar a La Punta a las Olimplayas. Pero al año siguiente nos rogaban que regresásemos porque sin La Punta no eran los mismo - me figuro unas Olimplayas tibias, en las que todos los presentes rogaban apareciera esa mancha naranja de improviso, aunque no lo admitieran -. Se decidió no acudir, pues aún se mantenía vivo el recuerdo de la del 96, que preferimos no mencionar pero que fue realmente atroz y peligrosa.

Las Olimplayas, lamentablemente, degeneraron con el tiempo. Eran tres días lindos e intensos, en los que la confraternidad prevalecía por encima de cualquier otra cosa. Cada justa deportiva se sentía en el alma y ganar te daba una sensación de plenitud completa - así estuvieras dentro o fuera de la cancha -, porque estabas defendiendo a tu casa, a tu barrio-balneario que prevalecía sobre los otros y en el estómago iba creciendo ese cosquilleo vacío indescriptible. Cómo olvidar el año 95, cuando La Punta salió Campeón de las Olimplayas y todos nos unimos en festejos y abrazos multitudinarios, en el que se rompía cualquier brecha generacional o sentimiento de resentimiento pasado. Los muchachos colmando la noche y gritando con todo el pecho su supremacía, burlándose de los vencidos pues al fin se les doblegó... y de visita. Todo palmas y bocas, y lágrimas y risas y risas y risas.

Las Olimplayas fungían como una especie de gran festejo anual en el que La Punta se convertía en un solo núcleo, especie de catarsis del presente, de flujo interno que explotaba fuera del terreno propio uniendo a los 300 o 400 punteños que habían llegado al norte para defenderse a sí mismos.


Historia por: Fabrizio Tealdo Zazzali

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Vista preliminar de documento Historia La Punta - Fabrizio - 2021

Historia La Punta - Fabrizio - 2021

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