Canchamanchay: El umbral de los gentiles eternos

Nota Informativa
Historias vivenciales de Canchaque.
RECAPILUTANDO HISTORIAS DE CANCHAQUE

TESTIMONIOS RECOGIDOS DE UN MORADOR DE CHORRO BLANCO: Luis Alberto Pauca Enriquez

30 de enero de 2025 - 2:29 p. m.

En el Caserío de Chorro Blanco, Piura - Perú, a más de 3.800 m.s.n.m, yace el enigmático Canchamanchay, "El lugar del silencio eterno". Su nombre se cree que proviene del quechua y algunos sugieren que puede traducirse como "lugar de los corrales" o "lugar de la choza”. Este santuario que guarda muchas historias y secretos de los antepasados incas por creerse que ha podido ser un sitio de residencia o de actividades relacionadas con la ganadería o un lugar ceremonial, que en la actualidad posee un valor histórico significativo.

Canchamanchay , según cuentan era habitado por los Gentiles, como los llaman los antiguos, no eran simples mortales, sino seres que parecían modelados por la propia esencia de las montañas. Altos, de piel pálida como la luz de la luna, se movían bajo las estrellas con una gracia que parecía rozar lo divino. No hablaban como los hombres, sino que su lenguaje era un entramado de cánticos celestiales y susurros de la naturaleza. Su conexión con los apus, los espíritus guardianes de las cumbres, era tan íntima que algunos creían que los gentiles eran la carne y el espíritu de las montañas mismos, encarnaciones vivientes de los dioses.

Pero los gentiles no solo eran guardianes del silencio y la sombra. Eran también los maestros de un conocimiento ancestral que retumbaba en las piedras y se agitaba en las hojas de las plantas que veneraban. Dueños del saber infinito de las plantas sagradas, comprendían el lenguaje oculto de la selva y el poder de los rituales. En sus manos, las raíces más humildes y las hojas más sutiles se convertían en llaves hacia otros mundos. A través de ceremonias secretas, los gentiles abrían portales cósmicos, umbrales invisibles que desafiaban la lógica terrenal. Con danzas que parecían tejer constelaciones y cánticos que resonaban con los astros, cruzaban a dimensiones paralelas, explorando realidades que el hombre común jamás soñaría alcanzar.

Canchamanchay no era un pueblo como los que conocemos, sino un santuario místico, un punto de convergencia donde la realidad se torcía y el tiempo se diluía. Los círculos de piedra que construyeron no eran simples estructuras, sino mapas astrales y puertas de energía cósmica. En estos espacios sagrados, los gentiles invocaban fuerzas más allá de la comprensión, transformando el viento y la sombra en aliados de sus misteriosos propósitos.

Sin embargo, su perfección llevaba el germen de su fragilidad. Los gentiles, en su comunión con la oscuridad, desconocían el fuego. Era como si hubieran nacido para danzar en penumbra, alimentándose solo de raíces y frutos que surgían en lo alto de las montañas. Y así, un día, cuando el cielo rugió con furia y una tormenta de fuego descendió desde los cielos, los gentiles sucumbieron. Algunos dicen que el rayo los destrozó, fundiendo sus cuerpos con las piedras y convirtiéndolos en el eco eterno de las montañas que adoraban. Otros creen que, en su último ritual, los gentiles abrieron un umbral definitivo y cruzaron hacia un mundo paralelo, dejando este plano para siempre.

Hoy, las nieblas de Canchamanchay envuelven las ruinas de este enigmático pueblo como un velo protector. Los círculos de piedra, desgastados por los siglos, todavía emanan una energía inexplicable, un susurro que parece llamar a quienes se atreven a acercarse. Los pocos valientes que se aventuran hasta allí afirman sentir una corriente fría que acaricia sus almas, un eco lejano de cánticos que resuena en el viento.

Los ancianos del lugar aseguran que los gentiles no se han ido del todo. En noches sin luna, cuando la oscuridad se cierne como un manto sobre las montañas, el viento parece hablar en su lenguaje antiguo, cargando con los secretos de un pueblo que nunca fue olvidado. "Ellos vigilan", dicen. "Protegen lo que los hombres han deshonrado".

Canchamanchay, suspendido entre lo tangible y lo etéreo, es más que un lugar: es un recordatorio de que lo perdido no siempre está ausente, que los guardianes del tiempo y del silencio aún nos observan desde las sombras, esperando el día en que los hombres sean dignos de su sabiduría. En su esencia late el misterio de lo eterno, un susurro que se niega a ser silenciado.

¿Acaso los gentiles aguardan pacientemente, del otro lado del umbral, el momento de regresar? ¿O tal vez su esencia se entrelazo con las montañas, convirtiéndose en el alma misma de esta tierra mística? Las respuestas se disuelven como la niebla al alba, dejando solo preguntas que, como los cantos de los gentiles, vibran en el corazón de quienes escuchan.

Relato tomado de: Luis Alberto Pauca Enriquez - Chorro Blanco - Canchaque - Piura.