Ucayali: historia de una emprendedora del programa Juntos que transforma su futuro con jabones
CrónicaUsuaria elabora jabones de sangre de grado con copaiba, de pepino con sábila y arroz.




Fotos: UCI
11 de diciembre de 2025 - 11:21 a. m.
En una mesa de madera que también sirve para las tareas del hogar, Deisy Pacaya Piña mezcla aceites y esencias mientras su hijo y su nieto juegan a pocos pasos. Ahí, en ese pequeño taller improvisado en su casa, nació el emprendimiento que tomó forma cuando decidió invertir parte del abono que recibe del programa Juntos, del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, en aprender a elaborar jabones artesanales.
Deisy tiene 50 años, vive en la localidad de Puerto Callao, distrito de Yarinacocha, en la región Ucayali, junto a su esposo, su pequeño hijo Luan Jacob y su nieto Mathews André.
Su vida, tejida entre sacrificios y amaneceres difíciles, encontró un nuevo rumbo cuando, a inicios del 2025, decidió matricularse en un Centro de Educación Técnico-Productiva. Fue así que, entre moldes, insumos y nuevas técnicas, descubrió el universo de los jabones artesanales. De ese aprendizaje surgieron tres productos que hoy llevan su sello personal: el jabón de sangre de grado con copaiba, el de pepino con sábila y el de arroz.
Las mañanas comienzan con las risas de los niños, que se mezclan con el aroma de aceites y hierbas sobre su mesa de trabajo. Es en ese espacio sencillo donde Deisy moldea, mezcla y pule jabones que no solo limpian, sino que cuentan historias.
El jabón de sangre de grado con copaiba es su producto estrella: cicatrizante, reparador y profundamente amazónico. El de pepino con sábila está pensado para quienes buscan frescura e hidratación en climas cálidos. Y el de arroz, suave y natural, es ideal para un cuidado que hidrata, suaviza, aclara y protege la piel de manera cotidiana.
En las ferias locales, no solo vende sus productos, también comparte recetas, consejos y relatos que fortalecen la identidad amazónica. “Cuando vendo en la feria no solo ofrezco un jabón, también comparto lo que aprendí. Mis jabones artesanales son productos naturales, no tienen químicos; por eso la gente los prefiere, no dañan la piel”, afirma con orgullo, mientras acomoda sus piezas como quien ordena tesoros.
Las redes sociales se han vuelto otra ventana para mostrar su trabajo. Cada publicación es una invitación a descubrir la belleza de lo natural. “Al inicio me daba miedo usar Facebook o Instagram, pero poco a poco fui aprendiendo. Ahora mis clientes me escriben desde otros lugares y eso me motiva a seguir”, relata con una sonrisa que revela más orgullo que timidez.
La historia de Deisy no es solo la de una mujer que aprendió a fabricar jabones. Es la historia de una comunidad que se reconoce en su esfuerzo, de una familia que crece con cada venta y de un territorio que se reafirma en sus frutos. Porque en cada barra de jabón que sale de su taller hay más que un producto: hay tradición, constancia y la convicción de que la necesidad, cuando se mezcla con amor y entrega, puede convertirse en futuro.
Deisy tiene 50 años, vive en la localidad de Puerto Callao, distrito de Yarinacocha, en la región Ucayali, junto a su esposo, su pequeño hijo Luan Jacob y su nieto Mathews André.
Su vida, tejida entre sacrificios y amaneceres difíciles, encontró un nuevo rumbo cuando, a inicios del 2025, decidió matricularse en un Centro de Educación Técnico-Productiva. Fue así que, entre moldes, insumos y nuevas técnicas, descubrió el universo de los jabones artesanales. De ese aprendizaje surgieron tres productos que hoy llevan su sello personal: el jabón de sangre de grado con copaiba, el de pepino con sábila y el de arroz.
Las mañanas comienzan con las risas de los niños, que se mezclan con el aroma de aceites y hierbas sobre su mesa de trabajo. Es en ese espacio sencillo donde Deisy moldea, mezcla y pule jabones que no solo limpian, sino que cuentan historias.
El jabón de sangre de grado con copaiba es su producto estrella: cicatrizante, reparador y profundamente amazónico. El de pepino con sábila está pensado para quienes buscan frescura e hidratación en climas cálidos. Y el de arroz, suave y natural, es ideal para un cuidado que hidrata, suaviza, aclara y protege la piel de manera cotidiana.
En las ferias locales, no solo vende sus productos, también comparte recetas, consejos y relatos que fortalecen la identidad amazónica. “Cuando vendo en la feria no solo ofrezco un jabón, también comparto lo que aprendí. Mis jabones artesanales son productos naturales, no tienen químicos; por eso la gente los prefiere, no dañan la piel”, afirma con orgullo, mientras acomoda sus piezas como quien ordena tesoros.
Las redes sociales se han vuelto otra ventana para mostrar su trabajo. Cada publicación es una invitación a descubrir la belleza de lo natural. “Al inicio me daba miedo usar Facebook o Instagram, pero poco a poco fui aprendiendo. Ahora mis clientes me escriben desde otros lugares y eso me motiva a seguir”, relata con una sonrisa que revela más orgullo que timidez.
La historia de Deisy no es solo la de una mujer que aprendió a fabricar jabones. Es la historia de una comunidad que se reconoce en su esfuerzo, de una familia que crece con cada venta y de un territorio que se reafirma en sus frutos. Porque en cada barra de jabón que sale de su taller hay más que un producto: hay tradición, constancia y la convicción de que la necesidad, cuando se mezcla con amor y entrega, puede convertirse en futuro.



