Las puntadas que cambian destinos: la historia de Irma en Madre de Dios

Crónica
Usuaria de Juntos logró establecerse lejos de su ciudad natal e iniciar un prometedor emprendimiento de tejidos
Irma tejiendo
Irma en familia
En el campo

Fotos: UCI

Yesenia Valdivia - UT Madre de Dios

4 de diciembre de 2025 - 9:26 a. m.

Dicen que algunos sueños comienzan con un pequeño gesto, casi imperceptible, como un hilo que se enlaza al otro sin que nadie lo note. Para Irma Silva Campos, ese gesto fue una puntada. Una puntada sencilla, de niña curiosa, que años después terminaría tejiendo no solo vestidos y blusas, sino una historia de resiliencia, de raíces que cambian de tierra, pero no de fuerza.

Irma nació en Cajamarca, pero la vida -siempre caprichosa- la llevó lejos de su tierra natal. Hoy, junto a su familia, reside en el Centro Poblado de Alerta, en el distrito y provincia de Tahuamanu, en la región Madre de Dios. Allí, en una humilde casa de madera, han levantado su hogar desde cero. Con esfuerzo, esa vivienda sencilla se ha convertido en su refugio y centro de operaciones.

Desde pequeña las agujas fueron su compañía más fiel. Mientras otras niñas jugaban con muñecas o corrían libres por el campo, ella prefería quedarse mirando cómo los hilos se enredaban en sus dedos hasta transformarse en formas nuevas. El crochet fue su refugio y también su alegría: un arte silencioso que llenaba de color cualquier rincón donde posara sus manos.

Lo que empezó como un pasatiempo terminó convirtiéndose en algo más importante. Primero fueron los vestiditos de sus muñecas, luego la ropa de sus hijos. Y así, puntada tras puntada, Irma fue encontrando en ese tejido una calma que pocas cosas le daban. Pero la vida siempre sorprende: un día, casi sin pensarlo, su talento llamó la atención de alguien más.

“Todo empezó de casualidad”, recuerda entre risas. “Primero hice un vestidito para mi niña y pues un día mi vecina lo ve y me dice: ‘qué bonito vestido’. Cuando le conté que lo había hecho con mis propias manos no me creía, pero después me pidió que le haga uno para ella. Ese fue el primer trabajo que hice”.

Aquel pedido, sencillo, fue la chispa que lo encendió todo. La primera ventana que se le abrió los ojos a la idea de que su arte podía ser algo más que un pasatiempo.

La vida en Madre de Dios no siempre es fácil, pero Irma y su familia aprendieron a hacerla suya. Con las manos en la tierra y el corazón lleno de fe, cultivan sus propios alimentos, crían animales y mantienen viva la conexión con la tierra que ahora es su hogar.

Mientras tanto, Irma sigue tejiendo. Cada día aprende algo nuevo: un punto más preciso, un borde más delicado, un diseño que se atreve a reinventar. En sus manos nacen vestidos que parecen abrazar la luz, faldas que se mueven como si tuvieran vida propia, blusas llenas de detalles diminutos y accesorios que llevan, inevitablemente, su sello: amor por lo hecho a mano.

Hoy, después de tantos años de práctica silenciosa, Irma decidió dar un paso grande. Quiere convertir su talento en un emprendimiento, en un ingreso que sume al esfuerzo diario de su familia. Sabe que el camino será desafiante, pero también sabe que cada proyecto empieza igual que sus tejidos: con una sola puntada firme.

Porque Irma no solo teje prendas. Teje oportunidades. Teje esperanzas. Y mientras el hilo se desliza entre sus dedos, ella misma se va construyendo un futuro donde su arte, por fin, puede florecer.