Apuntes y reflexiones sobre huaca Toledo
DiscursoA solicitud de nuestros lectores compartimos el discurso del arqueólogo Henry Gayoso en el marco de la inauguración de la nueva ruta turística Museo de Chan Chan – Huaca Toledo.

Fotos: Comunicaciones e Imagen Institucional
27 de mayo de 2025 - 4:00 p. m.
Hoy nos reunimos muy cerca de uno de los monumentos más enigmáticos y significativos del legado Chimú: la Huaca Toledo.
Este lugar, cargado de historia, de memoria y también de misterio, es testigo silencioso del esplendor de una civilización que supo dominar el desierto, edificar ciudades y templos y construir un universo simbólico que, aún hoy, seguimos descubriendo y admirando.
Dentro de todos estos logros, Chan Chan es su obra prima, y la huaca Toledo, una parte de ella. Han sido cuatro temporadas de acuciosa investigación arqueológica y conservadora por parte del Ministerio de Cultura, con una inversión de poco más de 7 millones de soles, para devolverle al monumento parte de su estabilidad estructural sin que pierda su autenticidad.
La huaca Toledo destaca por su arquitectura singular dentro del mundo Chimú, con una plataforma cuadrangular de fachadas escalonadas y escalinatas, sin rampas, lo que la diferencia de otras construcciones Chimú e incluso Moche. Su diseño irregular, la ausencia de entierros significativos y la presencia de ofrendas textiles sugieren que fue un espacio ceremonial público y no funerario. Su construcción podría estar relacionada con un contexto de crisis tras un evento climático hacia el año 1100 d.C., cuando se dañó el sistema de irrigación de Chan Chan. En ese escenario, huaca Toledo habría servido como un símbolo político e ideológico para reforzar el poder de las élites a través de ceremonias públicas en un momento de reorganización estatal.
Dicen muchos arqueólogos y amantes de la arqueología y la historia que el territorio del Perú es una gran huaca. Y es cierto: cada rincón de nuestra tierra guarda en sus entrañas un fragmento de nuestro pasado. Aquí, donde hoy estamos, cada piedra, cada adobe y cada metro excavado nos habla de un tiempo en que los hombres se conectaban con lo sagrado a través de la arquitectura, del rito, del arte. Pero también nos habla de lo que vino después: la destrucción sistemática, el saqueo legalizado, la fiebre del oro y la plata que marcó siglos de nuestra historia.
La Huaca Toledo es un caso paradigmático. A partir de 1576, fue explotada como una mina, como otras tantas huacas. Sí, como lo oyen. Durante el Virreinato, excavar huacas para obtener sus tesoros no solo era legal, era un negocio, con licencia y escribano. Aquí se fundaban compañías explotadoras como si se tratara de modernas empresas, y entre sus socios había españoles, criollos (los españoles americanos) e incluso nativos descendientes de la nobleza de Chimo, desde civiles hasta militares y religiosos. El oro y la plata que salieron de esta huaca fue fundido, contado y tasado, y algunas familias cimentaron gran parte de su fortuna con esta actividad, como la de los españoles don Alonso Gutiérrez Nieto, vecino fundador de Trujillo, regidor del cabildo, y su esposa Inés de Torres y Toledo, que fueran además encomenderos de Casma Alta y de Santa Lucía de Moche, y sus hijos Juana, Pedro y Garci Gutiérrez de Toledo.
Pero la historia no termina ahí. La Huaca Toledo también es leyenda. Es el escenario del “Peje Chico”, una tradición recogida por Ricardo Palma, donde se mezclan personajes históricos con ficciones morales, riquezas con traiciones, promesas con olvidos. Esa leyenda nos recuerda que la ambición puede cegar, y que la verdadera riqueza está en la memoria, en la amistad y en la lealtad.
Hoy, gracias al esfuerzo de arqueólogos, conservadores, antropólogos físicos, ingenieros, arquitectos, fotógrafos, cadistas, y la numerosa mano de obra auxiliar proporcionada por miembros de las comunidades aledañas al complejo arqueológico, la Huaca Toledo empieza a mostrarnos su verdadera esencia. No como fuente de tesoros materiales, sino como fuente de conocimiento, como espacio de aprendizaje, como símbolo de resistencia.
Conservar no es solo preservar muros y estructuras. Es proteger las técnicas, los saberes, las historias que nos definen como pueblo. Es honrar el pasado, entenderlo, y proyectarlo hacia el futuro.
Esperamos que la visita a Chan Chan y su museo no sea solo un paseo, sino un acto de reconocimiento. Que al recorrer este circuito que incluye a la huaca Toledo, recordemos que el verdadero tesoro no es el oro o la plata fundidos, sino lo que aún podemos descubrir, cuidar y transmitir a las generaciones venideras.
Muchas gracias y bienvenidos a la Huaca Toledo y a Chan Chan
Este lugar, cargado de historia, de memoria y también de misterio, es testigo silencioso del esplendor de una civilización que supo dominar el desierto, edificar ciudades y templos y construir un universo simbólico que, aún hoy, seguimos descubriendo y admirando.
Dentro de todos estos logros, Chan Chan es su obra prima, y la huaca Toledo, una parte de ella. Han sido cuatro temporadas de acuciosa investigación arqueológica y conservadora por parte del Ministerio de Cultura, con una inversión de poco más de 7 millones de soles, para devolverle al monumento parte de su estabilidad estructural sin que pierda su autenticidad.
La huaca Toledo destaca por su arquitectura singular dentro del mundo Chimú, con una plataforma cuadrangular de fachadas escalonadas y escalinatas, sin rampas, lo que la diferencia de otras construcciones Chimú e incluso Moche. Su diseño irregular, la ausencia de entierros significativos y la presencia de ofrendas textiles sugieren que fue un espacio ceremonial público y no funerario. Su construcción podría estar relacionada con un contexto de crisis tras un evento climático hacia el año 1100 d.C., cuando se dañó el sistema de irrigación de Chan Chan. En ese escenario, huaca Toledo habría servido como un símbolo político e ideológico para reforzar el poder de las élites a través de ceremonias públicas en un momento de reorganización estatal.
Dicen muchos arqueólogos y amantes de la arqueología y la historia que el territorio del Perú es una gran huaca. Y es cierto: cada rincón de nuestra tierra guarda en sus entrañas un fragmento de nuestro pasado. Aquí, donde hoy estamos, cada piedra, cada adobe y cada metro excavado nos habla de un tiempo en que los hombres se conectaban con lo sagrado a través de la arquitectura, del rito, del arte. Pero también nos habla de lo que vino después: la destrucción sistemática, el saqueo legalizado, la fiebre del oro y la plata que marcó siglos de nuestra historia.
La Huaca Toledo es un caso paradigmático. A partir de 1576, fue explotada como una mina, como otras tantas huacas. Sí, como lo oyen. Durante el Virreinato, excavar huacas para obtener sus tesoros no solo era legal, era un negocio, con licencia y escribano. Aquí se fundaban compañías explotadoras como si se tratara de modernas empresas, y entre sus socios había españoles, criollos (los españoles americanos) e incluso nativos descendientes de la nobleza de Chimo, desde civiles hasta militares y religiosos. El oro y la plata que salieron de esta huaca fue fundido, contado y tasado, y algunas familias cimentaron gran parte de su fortuna con esta actividad, como la de los españoles don Alonso Gutiérrez Nieto, vecino fundador de Trujillo, regidor del cabildo, y su esposa Inés de Torres y Toledo, que fueran además encomenderos de Casma Alta y de Santa Lucía de Moche, y sus hijos Juana, Pedro y Garci Gutiérrez de Toledo.
Pero la historia no termina ahí. La Huaca Toledo también es leyenda. Es el escenario del “Peje Chico”, una tradición recogida por Ricardo Palma, donde se mezclan personajes históricos con ficciones morales, riquezas con traiciones, promesas con olvidos. Esa leyenda nos recuerda que la ambición puede cegar, y que la verdadera riqueza está en la memoria, en la amistad y en la lealtad.
Hoy, gracias al esfuerzo de arqueólogos, conservadores, antropólogos físicos, ingenieros, arquitectos, fotógrafos, cadistas, y la numerosa mano de obra auxiliar proporcionada por miembros de las comunidades aledañas al complejo arqueológico, la Huaca Toledo empieza a mostrarnos su verdadera esencia. No como fuente de tesoros materiales, sino como fuente de conocimiento, como espacio de aprendizaje, como símbolo de resistencia.
Conservar no es solo preservar muros y estructuras. Es proteger las técnicas, los saberes, las historias que nos definen como pueblo. Es honrar el pasado, entenderlo, y proyectarlo hacia el futuro.
Esperamos que la visita a Chan Chan y su museo no sea solo un paseo, sino un acto de reconocimiento. Que al recorrer este circuito que incluye a la huaca Toledo, recordemos que el verdadero tesoro no es el oro o la plata fundidos, sino lo que aún podemos descubrir, cuidar y transmitir a las generaciones venideras.
Muchas gracias y bienvenidos a la Huaca Toledo y a Chan Chan