Discurso del canciller Javier González-Olaechea Franco con ocasión del Año Nuevo chino

Discurso
Discurso del canciller Javier González-Olaechea Franco con ocasión del Año Nuevo chino

6 de febrero de 2024 - 8:57 p. m.

Excelentísimo señor Embajador Song Yang,
Señor ministro de Comercio Exterior y Turismo, Juan Carlos Mathews,
Señor alcalde de Lima Metropolitana,
Señor alcalde de Miraflores,
Excelentísimos embajadores y miembros del Cuerpo Diplomático acreditado en el Perú,
Señor primer inspector y jefe de la Delegación del Buró Municipal de Cultura y Turismo de Beijing,
Señores congresistas,
Autoridades, vecinos,
Señoras y señores:
Es un alto honor dirigirme a nombre del Gobierno que preside la señora Dina Boluarte, presidente constitucional de la República, y del pueblo peruano, en la conmemoración, feliz motivo, del Año Nuevo chino y del año del dragón.
Las cifras económicas mencionadas me eximen, felizmente, de referirme a las inversiones, tan necesarias y, por cierto, subrayando la condición de socios estratégicos de esta vinculación tan importante con la economía china.
Pero quiero enfatizar el lado más humano, más fraterno, de la relación entre dos culturas, varias veces milenarias, que han demostrado al mundo, a través de sus distintos procesos -dinastías en el caso de China, culturas precolombinas en el caso nuestro – que hemos sabido construir, propalar y reflexionar acerca de los valores más importantes que nos enseñan nuestras creencias.
China es – con un paréntesis de menos de 200 años – el Estado más continuo de la historia: cinco mil años, años más o menos. Y esa continuidad fue admirada por distintos imperios a través de la historia que quisieron conquistarla, pero que no pudieron.

Aprendieron de todo lo que ya sabía y cultivaba China para hacerlo en sus culturas. Y hablamos o nos referimos a los otomanos, a la cultura helénica con Alejandro Magno, posteriormente a otras culturas también asiáticas. Y no pudiendo dominar a China, aprendieron de ella profundas reflexiones que aun cuando actualmente las dos cosmovisiones sincréticas o religiones más importantes no son mayoritarias – de acuerdo a las fuentes oficiales porque los chinos son principalmente agnósticos – tanto el hinduismo como el taoísmo reflejan un pensamiento común con el sincretismo que practicamos en el Perú: cristiano, evangélico, en todas sus ramificaciones.

Porque esos valores comunes son en primer lugar -y algo que de una vez por todas hay que resaltar para proscribir aquel signo de maldad que se le quiso atribuir a la palabra tradición – algo tradicional, que en el lenguaje político ha significado como obsoleto, como maligno. Los chinos en su cultura han respetado el valor tradicional en primer lugar – y así se le dijo al presidente chino en San Francisco en la cumbre entre los dos presidentes – el valor de la familia, el respeto a nuestros mayores tan importante en China como en todas las culturas antiguas y presentes del Perú, que es un crisol de sentimientos y, por cierto, de religiones.

Nos une también con China los valores de la amistad, de la solidaridad y de la cooperación. En los estratos más bajos y humildes de todos los rincones del Perú encontramos que ante una necesidad se unen las madres, principalmente, para fomentar la cooperación frente a la adversidad. Cuando algo sucede en una familia y pierde el sustento principal, acuden los vecinos en solidaridad. Exactamente igual sucede en toda la China aun agrícola que alberga y acoge a no menos de 900 millones en un crisol de identidades mayor a la propia Unión Europea. Esto asombra, porque no me refiero a la China, me refiero a la China profunda que transmite a todo el mundo esos valores, que hoy están siendo cuestionados en buena parte del mundo que privilegia los conflictos por encima de la paz, y que son los valores que el Perú republicano ha abanderado desde hace 200 años.
Permítanme recordarles que mientras que en Europa, 11 años antes se produjo el Congreso de la Santa Alianza y se repartían los territorios de la nueva reconfiguración después de la Paz de Westfalia en 1648, en el Perú nació la primera anfictionía griega, la primera confederación, porque fue Sánchez Carrión, un patriota peruano, quien lanzó la idea del Congreso Anfictiónico de Panamá que se celebró en 1826, en esa tierra de crisoles que es Panamá y a donde descubrieron los españoles el nombre de Pirú, como tierra del oro. En ese Congreso –están en las actas – se habló de la hermandad de los pueblos americanos, de la cooperación de los pueblos americanos, se habló, obviamente, de las raíces comunes y del destino común. Años después recién llegaron los primeros chinos, en 1849, al Perú, cuyos descendientes rápidamente se integraron a toda nuestra sociedad y pudieron entregar, ellos y sus descendientes, lo mejor de sí: su arte, el respeto, el sentido del honor que caracteriza al pueblo chino, su gastronomía, su voluntad de hermanarse con la sangre peruana entonces ya mestiza.
Son años de historia y tradiciones comunes que hemos cultivado separadamente: China, -repito, varias veces milenaria- y el Perú –antiguos nuestros apus, nuestros ancestros, varias veces milenaria. Las dos de las seis culturas más antiguas y enriquecedoras de la humanidad.
No es pues el azar el que nos ha llevado a que tanto la Muralla China como Machu Picchu sean consideras dos de las grandes siete maravillas del mundo. Ahí están expresadas las ciencias y las artes, porque si uno reflexiona de cómo se pudo construir otras tantas civilizaciones Caral hace cientos y miles de años, entendemos que nuestros ancestros supieron cultivar, usar las aguas, vencer esta porfiada de nuestro territorio atravesado por los Andes de norte a sur.
Yo quiero finalizar esta breve alocución que hace a lo profundo de la hermandad que hoy celebramos y que, por cierto, llegará a un hito histórico con la visita de su excelencia el presidente chino, que no es que venga a inaugurar el puerto de Chancay, sino que con motivo de la cumbre de la APEC -que junta a las 21 grandes economías de la nueva Ruta de la seda- inaugura el puerto de Chancay, una gran inversión que trae, obviamente, logística y oportunidades para una gran mayoría de los peruanos, actualmente y en proyección.
Yo quisiera terminar con una reflexión no peruana, y tengo que leerla para que sea textual. Confucio nos decía: “Amor y amistad trasciende fronteras”. A partir del amor hacia uno mismo – primer mandato, recordemos, del Evangelio según las Sagradas Escrituras: amar a Dios como a sí mismo – se ama a la familia. Nos recuerda Confucio: “A partir de la familia se ama a la sociedad, o sea a la comunidad y de allí a todos los pueblos por el mundo”.
Los hijos de la primera generación china – concluyo con esto – abrazaron el amor de los peruanos y de las peruanas. Hoy están representados en esta conmemoración y yo le agradezco especialmente a su excelencia esta oportunidad para recordarnos a todos que el amor no tiene fronteras.
Gracias por su atención.