La multiplicadora de panes deliciosos de Chucuito

Nota Informativa
• Puneña Genoveva Mamani Quispe, usuaria de Pensión 65, no se rinde ante la adversidad y pone el sabor a los desayunos domingueros.

Unidad de Comunicación e Imagen

2 de abril de 2022 - 9:04 a. m.

Siempre cuenta en voz alta, de dos en dos o de tres en tres, y jamás se equivoca. A sus 76 años, llena con gran agilidad las bolsas que entrega a sus ocasionales clientes. Sus panes son pediditos cada domingo para el desayuno en el centro del distrito de Chucuito, en la provincia y región Puno. Genoveva Mamani Quispe, usuaria de Pensión 65, también cuenta de dos en dos para responder cuántos nietos tiene. “Ocho”, dice casi susurrando al final de la suma, al costado de unos 200 panes recién salidos de su horno artesanal, mientras su esposo, Severo Quispe Figueroa, también usuario del programa, apaga el fuego de la bóveda de adobe luego de una extenuante jornada de producción de deliciosos panes.

Sorprende la energía con la que Genoveva Mamani Quispe elabora sus panes.

            Genoveva multiplica los panes sin necesidad de milagros. Nunca la tuvo fácil. Su padre abandonó el hogar cuando ella tenía apenas 12 años. Por eso, junto a sus dos hermanos, creció de golpe y tuvo que trabajar desde esa edad para ayudar económicamente a su madre. “De chiquilla, solita me quedaba en la chacra cuidando a una vaca e iba al Lago Titicaca a sacar totorita para alimentarla”, recuerda la incansable panadera.

            Las exactas proporciones de levadura y azúcar, el tiempo idóneo de cocción, la costumbre de madrugar para hornear y la correcta técnica de amasado fueron la mejor herencia que le dejó su madre. “Lo que sé de panadería lo aprendí de mi mamá. No hay que ser inútil, me repetía. Tienes que hacer todo con fuerza, me decía”, refiere Genoveva, quien ahora solo produce panes en los fines de semana porque ya no tiene las fuerzas de antes. Solamente uno de sus siete hijos aprendió a hacer pan, pero solo ella y su esposo llevan el pequeño negocio.

Ella y su esposo trabajan juntos al pie de un horno artesanal desde hace 30 años.

            Genoveva hizo panes con su mamá en hornos ajenos hasta cuando fue una quinceañera. La temprana muerte de su madre marcó el final de su primera época de panadera. Sobrevivió a los embates del destino en medio de la pobreza, y en la segunda mitad de los años 80, ya con Severo, volvió a la panadería. Construyeron el horno que hasta ahora los acompaña y se dedicaron de lleno a la producción de pan, la cual siempre ha estado lejos de ser una producción industrial y solo alcanza para los gastos básicos.
 
Dulce, ahumado y a leña
Genoveva no ha salido más allá de la ciudad de Puno, pero todo el mundo la conoce en su distrito. A ella y a sus panes con sabor de altiplano se les puede encontrar en las mañanas de los fines de semana cerca de la Plaza de Armas de Chucuito.

            “El sabor dulce de mi pan se debe a que tiene azúcar y levadura. Además, a todos les gustan mis panes porque los hago a leña, en el horno. Así, ahumaditos, son más ricos”, manifiesta Genoveva, de paso lento y rápidos movimientos de manos.

Genoveva vende sus panes cerca de la Plaza de Armas de Chucuito.

            Lo que Genoveva y su esposo –Severo hace el trabajo duro en el horno– ganan hoy con este oficio complementa en algo lo que reciben cada dos meses de Pensión 65. “Mi madre siempre me decía que nunca debía rendirme. Por eso sigo haciendo pan, para obtener alguito de platita más. Con la Pensión 65 compramos arroz, verduras, carnecita, azúcar y zapatos. Con la venta de los panes podemos comprar siquiera un poquito más”, detalla Genoveva mientras llena una bolsa más de pan.

Puno, 2 de abril de 2022


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