Cien años de sabiduría

Nota Informativa
• De pronto, Prisca Espinoza Challhua, usuaria de Pensión 65, retrotrae su memoria y revela, en quechua, el secreto de su longevidad en la Ciudad Imperial del Cusco.

Unidad de Comunicación e Imagen

4 de marzo de 2022 - 8:10 p. m.

La mirada fija. No titubea. De palabra frondosa. Su oído, agotado por los años, aún da pelea. Sentada al pie de una rudimentaria escalera de madera, casi adherida a la primera grada, Prisca Espinoza Challhua, la mujer que ha hecho del pasado un presente perpetuo, recibe a las pocas personas que la van a visitar. La casa de su hijo Víctor, que luce casi tan añejo como ella, la cobija desde hace veinte años, desde que se quedó viuda. Vivir sola en su natal provincia de Paruro ya no tenía sentido. Una de las viviendas pegadas al cerro, en el sector Huancaro del distrito de Santiago, en el Cusco, se convirtió, entonces, en su nuevo hogar y en el lugar donde tiene tiempo de sobra para evocar imágenes de tantos ayeres acumulados en cien años de vida.

El 2 de enero último Prisca, usuaria de Pensión 65, se convirtió en centenaria. Fue un día más. No como aquel que le hace cerrar los ojos, acaso para verlo con más claridad en sus recuerdos. No sabe con certeza qué edad tenía entonces, pero aquel día tuvo delante suyo por primera vez a la carretera que une al distrito de Paccaritambo, donde vivía, con la Ciudad Imperial del Cusco. Aquello fue el parteaguas de su larga vida. Su paso particular a la modernidad. “Antes de la carretera venía caminando con papá desde Paruro al Cusco, que era como una gran ciudad. Nos demorábamos un día completo. La carretera cambió todo”, dice Prisca en un florido quechua.

Prisca Espinoza Challhua y sus 100 años. Sus recuerdos no pierden vigencia.

La pregunta se cae de madura y se la han hecho miles de veces. ¿Cómo ha llegado a los cien años con una salud envidiable? ¿Cuál es el secreto de su longevidad? Prisca lo repite casi de memoria, pero saborea cada palabra. Disfruta el momento de su legado. “Desde niña he comido solo productos naturales, de la chacra. Haba, oca, maíz, papa, olluco, trigo, cebada. Todo abonado de manera natural. Más mi chicha de jora. Además –enumera Prisca–, hay que tener fe en Dios, nuestro Señor, pedirle con humildad que haya trabajo y buena producción en la chacra. También es importante trabajar siempre como en el campo. Los ociosos que no trabajan, no tienen qué comer, ni ellos ni sus familias. Y por último, vivir en paz con todas las personas, sin pelear, con honestidad y guardando las buenas costumbres. Eso lo aprendí de mi padre”.

Fiestas, las de mis tiempos
Prisca ha vivido hasta ahora la mitad de la vida independiente del Perú, pero sigue siendo, en el fondo, la misma chiquilla sonriente y sociable que amaba las festividades costumbristas. La fiesta de la Inmaculada Concepción, cada 8 de diciembre, era su favorita. “Nosotros vivíamos en la comunidad de Ccollqueucro e íbamos a Paccaritambo a escuchar la misa que oficiaba el párroco. Yo no iba por el sermón, iba porque ahí también llegaban muchas amigas y bastantes amigos de otras comunidades. Era un punto de reunión. La pasábamos muy bien”, confiesa Prisca.

Su hijo Víctor, de 80 años y también usuario de Pensión 65, la atiende y la llena de amor.

Tampoco olvida las danzas folclóricas. Habla de su colorido y energía con entusiasmo. A las justas camina, ayudada por Víctor, pero por dentro baila. K’achampa, chilino y mistiza ccollacha son tres de las danzas que nombra. Solo las ve ella. Disfruta.

Prisca tuvo cinco hijos: dos mujeres y tres hombres. Hoy viven solo dos de los varones y una de las mujeres, pero solo Víctor, de 80 años y también usuario de Pensión 65, la atiende, la peina, la cuida y la alimenta. Prisca prefiere pensar que la distancia la aleja de sus otros hijos. En el fondo no quiere que esa tristeza borre sus bonitos recuerdos.

Cusco, 4 de marzo de 2022

Esta noticia pertenece al compendio Historias Que Inspiran