Su madre fue una sirena

Nota de prensa
En Chazuta, San Martín, vive un señor que asegura que su madre fue una sirena. Y que le enseñó todo lo que sabe sobre plantas medicinales. Transmite las tradiciones orales de su pueblo.

27 de marzo de 2021 - 12:00 a. m.

En la selva, todos los ríos y lagunas tienen una madre, un espíritu de la naturaleza que toma la forma de una sirena. En algún punto de La Laguna Azul, en la región San Martín, se puede observar “el asiento de la sirena”, una formación de piedras donde se ha visto, en muchas ocasiones, a una hermosa mujer peinándose, en las noches de luna llena. Las sirenas, ya se sabe, utilizan sus encantos para enamorar a los hombres, llevarlos a las profundidades de las aguas, y devolverlos a la superficie convertidos en cadáveres, como una suerte de castigo por no haber resistido a la tentación de la belleza.

“Mi madre era una sirena. Cuando éramos niños, nos llevaba a bañar al río cuando caía el sol. Al anochecer, nos mandaba de regreso a la casa. Mientras íbamos alejándonos, ella caminaba hacia el río y su cabello, normalmente largo, que le llegaba hasta debajo de los muslos, se levantaba como un erizo; entraba al río y desaparecía; ella dormía ahí dentro, en las aguas… Pero volvía a la casa en la medianoche, y detrás de ella venían los espíritus de la selva, mis hermanitos dormían, pero yo seguía despierto; los espíritus me abrazaban solo a mí, me hacían temblar de frío, sentía que me dejaban algo en el cuerpo… Esto sucedió todos los días hasta que cumplí seis años. Así fue como mi madre me transmitió sus conocimientos de la ‘curandería’, convirtiéndose ella en una hermosa sirena de las aguas del río Chazuta”, dice Antonio Panaifo Valera, curandero, contador de historias tradicionales y usuario de Pensión 65.

Cuando estuvo en el Ejército de Iquitos, aprendió otros aspectos de la medicina natural; se especializó en curar mordidas de víboras como la naca naca, shushupe, jergón, cascabel, siempre icarando, cantando esas canciones que le enseñaron los maestros antiguos, los espíritus de la naturaleza, desde las otras dimensiones, humeando las heridas con tabaco. Además del tabaco, utiliza muchas otras plantas maestras –como la múcura, el sirchsanango y la shimipampana– para curar distintas dolencias del cuerpo y del alma.

Con su segunda esposa, Herlinda Cenepo Chujandama, tuvo siete hijos varones y una mujer. Gracias a la agricultura y a la pesca pudo criarlos. Herlinda falleció de un momento a otro en el 2018, “me dejó solo”, dice Antonio, “aunque sé que me cuida desde el cielo, le converso siempre, la veo en sueños, y me dice lo que debo hacer, la quise mucho, mucho”.

Hoy, lo que don Antonio recibe de Pensión 65, le sirve para comprar víveres. Además, transmite las tradiciones orales de su pueblo amazónico a las futuras generaciones, en el marco de Saberes Productivos.